―No, lo juro. ―Ana retrocedió. ―La pulsera encendía la luz porque es un dispositivo de alarma, no de rastreo. ―Gabriel apretó los dientes, ¿cómo no se lo imaginó? Ese imbécil nunca deja nada al azar, está tan enfermo que es capaz de ponerle rastreador a lo que sea que ella lleve puesto.
―Bien, si no es un rastreador, entonces podrás dármelos. ―Le tendió la mano. ―Hazlo, chica fuego, no quiero iniciar esta relación con una pelea. ―Ana, con manos temblorosas, se las llevó a los pendientes y negó.
―Lo podemos empeñar en cuanto lleguemos. ―Trató de sonreír para calmarlo, si él adoptó la personalidad de Daniel, entonces podrá seducirlo. ―Así tendremos algo extra, pero si los estropeas entonces…
―¡¿Tan pobre crees que soy?! ―Gruñó más furioso. ―Tengo lo suficiente como para tener una vida hogareña decente. ―La miró a los ojos consumiéndose por la furia. ―¿Es por eso que no te fijaste en mí aun cuando yo me declaré? ¿Por no tener la posición social ni las riquezas que tiene ese imbécil