Había pasado una semana desde que descubrí que Nicolás tenía esposa, tiempo durante el cual me dediqué a ignorar a todo el mundo en mi vida como si fuera un trabajo de tiempo completo.
Mi celular se había convertido en un cementerio de mensajes sin leer y llamadas perdidas de Nicolás, Fernando, Serena y mi mamá, aunque no lograba obligarme a abrir nada. Cada vez que veía aparecer el nombre de Nicolás, se me oprimía el pecho mientras sentía que podría hacerme pedazos.
No sabía por qué estaba tan enojada. Simplemente no lo sabía, y eso me frustraba porque no tenía ningún sentido racional.
Nicolás me había explicado que el matrimonio no era real, que solo era un favor para cumplir una promesa, y yo le creía. Sin embargo, nada de eso aliviaba este dolor que me carcomía por dentro.
El recuerdo del beso de buenas noches en la comisaría me perseguía. Después de eso, había pedido un taxi y se había ido a casa con ella, supuestamente para discutir su alegato de que la habían incriminado por rob