Dejé mi bolsa en el sofá y me hundí en el asiento.
Mamá se giró hacia un lado, sus ojos suaves pero expectantes esperando algo: una respuesta, una promesa, un milagro tal vez.
—Conoce a alguien nuevo.
Claro, como si bastara con llegar a esa barbacoa mágica, sonreírle a cualquier fulano y que resultara ser el amor de mi vida: pura fantasía de suburbia.
Dios.
Lo peor era que sabía que no estaba del todo equivocada.
Estar con Nicolás era jugar con fuego, y eso lo sabía cada vez que me clavaba esa mirada pesada, llena de promesas peligrosas.
Andaba en cosas turbias, algo que me daba mala espina pero de lo que nunca hablaba.
Ya había visto suficientes películas para saber cómo acababa esto: siempre era la novia la que terminaba secuestrada por el enemigo del protagonista, ahogada en una bañera o con una bala en el pecho durante un tiroteo, todo por haber amado al hombre equivocado.
Pero Nicolás nunca fingió ser bueno, jamás, y yo había aceptado eso porque lo había querido así.
Tal vez ahí e