Fernando tenía sentimientos que obviamente no eran casuales, no eran de simple amistad. Era algo mucho más profundo que se reflejaba cuando se le quebraba la voz al pronunciar su nombre, cuando no podía quedarse quieto, cuando su desesperación tomaba ese aire de corazón destrozado.
Y tal vez él aún no se había dado cuenta, tal vez estaba demasiado obsesionado con Dalila como para ver lo que había tenido al lado todo este tiempo. Pero yo sí lo veía, y eso me tenía furioso.
Hundí los dientes en el interior de mi boca hasta percibir el sabor metálico.
Era un hábito que había desarrollado en combate: soportar el dolor sin demostrar debilidad, manteniendo así los pensamientos claros y concentrados. Pero nada de lo que contemplaba mostraba control alguno; Fernando se paseaba inquieto mientras mamá simulaba calma.
Me acerqué antes de poder detenerme, y al verme, mamá esbozó una sonrisa mientras Fernando se enjugaba los ojos.
—Nicolás —dijo mamá—, pensé que ya te habías ido.
—No me fui, es el