Así como había llegado, el deseo se desvaneció del rostro de Nicolás.
—¿Difícil? —preguntó.
—Claramente no está manejando bien que me vaya, y es comprensible. He sido la única constante en su vida durante años. Casi nunca va a casa, no te tiene a ti, no tiene amigos. Solo me tiene a mí y a Dalila, por supuesto. ¿Quién sabe qué hará ahora? Podría terminar en la cárcel o algo peor. Necesita ayuda, Nicolás, no amenazas ni más trauma.
Se le tensó la mandíbula.
—¿Qué estás diciendo exactamente?
—Déjame conseguirle la ayuda que necesita. No hay ninguna regla que diga que no puedo salir con un hermano y ayudar al otro.
—Solana...
—Vamos. No podré vivir conmigo misma si hace algo de lo que no pueda regresar. Está loco, debería haber sabido que no se lo tomaría bien. No maneja bien el abandono, solo necesito asegurarme de que reciba terapia.
—¿Te refieres a que lo metan en un psiquiátrico?
—¿Por favor?
Nicolás suspiró y apartó la mirada, murmurando algo que no logré entender. Pero cuando se vol