50. Engaños.
Sarada no tuvo más opción que asentir. Se sentía defraudada, desolada. Tomó de la mano a su hijo y se alejó del hospital, con el corazón hecho trizas.
¿Qué iba a pasar ahora? ¿Qué harían si Khaled no recuperaba la memoria? ¿Le llenarían la cabeza con mentiras, con otras verdades que no le pertenecían? Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros y temores. Solo rogaba en silencio que en algún rincón de su alma, él recordara quién era. Que recordara a su hijo.
Porque en ese momento, él parecía un hombre vacío... un desconocido sin memoria, rodeado de personas a las que no reconocía, atrapado en una vida que ya no le parecía suya.
Cuando llevaron a Khaled al inmenso palacio, sus ojos se perdieron entre los altos muros, los techos dorados y los ventanales de cristal tallado. Todo era imponente, desconocido. Iba en silla de ruedas porque aún estaba débil; llevaba más de una semana internado tras el atentado. No sabía dónde estaba ni quiénes eran aquellas personas que lo rodeaban. Ha