3. Como un ángel.

Habían pasado meses desde que su vientre comenzó a notarse más abultado. Trabajaba en una pequeña tienda propiedad del padre de una compañera de clase, lo que le permitía estudiar los sábados. Mientras tanto, alquilaba un modesto apartamento con el dinero que había recibido del imbécil del padre de su hijo, como ahora lo llamaba con desprecio. Cada vez que lo recordaba, le ponía sobrenombres: descarado, infeliz, canalla, estúpido Árabe. A pesar de su odio, debía admitir que aquel cheque le había servido para comprar ropa, comida y pagar seis meses de renta. En cierta forma, era lo mejor de la situación. Pero si algún día volvía a encontrárselo, se lo tiraría en la cara sin dudar. Ni siquiera la volvió a llamar y preguntar si como estaba.

Había tomado la firme decisión de que él nunca sabría de su bebé. Aquel pequeño o pequeña que crecía en su vientre jamás conocería a su padre.  

Terminó de fregar los trastos, limpió la pequeña cocina y recibió su pago semanal de Jorge, el padre de su amiga. Agradecida, tomó su bolso y caminó hasta su apartamento. Al llegar, decidió darse una ducha antes de ponerse su ropa de dormir. Al día siguiente tenía clases y quería descansar temprano. Apenas se recostó en la cama, se quedó profundamente dormida.  

Por la mañana, despertó como de costumbre. Se duchó, cepilló su cabello rubio y se miró en el espejo. Sus ojeras eran notorias; las noches de desvelo por las tareas le pasaban factura. Su vientre, aunque aún no demasiado grande, se notaba más redondeado, y se sintió orgullosa. Sería una madre luchadora.

—Tendrás todo mi amor.— susurró acariciándolo.

Agarró su bolso y se dirigió a la universidad. Estudiaba diseño de moda, lo que más le apasionaba. No soñaba con algo imposible, pero tampoco renunciaba a sus aspiraciones. Quería confeccionar los mejores vestidos y trajes; ser reconocida por su talento.  

Los meses pasaron y, aunque a veces sentía que ya no podía más, siguió adelante. Su vientre crecía, y algunos compañeros la miraban con extrañeza. Algunos incluso se atrevieron a preguntarle cómo podía estudiar estando embarazada. Pero ella no les prestaba atención. No perdonaría jamás a quienes se burlaban de su situación.  

A sus 22 años, enfrentaba más de lo que muchos imaginarían. Sus padres la habían tratado como si fuera culpable de haber nacido. Y luego estaba él… Aquel árabe del que se había enamorado y que resultó ser un traidor. Solo había jugado con ella. Y se lo dejó claro sin reparos.  

Trabajaba con tranquilidad, aunque el sueldo era bajo y las tareas pesadas. Sin embargo, con ese dinero lograba pagar sus estudios.  

Al salir de la universidad, un compañero se le acercó. Era Fabricio, el mismo que siempre la molestaba.  

—Te ves preciosa con esa barriguita —dijo con una sonrisa socarrona.  

Ella apretó los labios y siguió caminando, ignorándolo.  

—¿Por qué me molestas? ¿Dónde está tu novia? —replicó sin mirarlo.  

—No estoy con ella ahora. Estoy soltero… incluso podríamos tener algo. ¿No quieres que sea el padre de tu hijo?  

—No me interesa en lo más mínimo.  

—Vaya, qué dura. Pero igual me gusta cuando te haces la difícil —susurró con tono insinuante mientras se acercaba peligrosamente.  

Ella intentó apartarse, pero él la tomó del brazo con brusquedad.  

—Suéltame, Fabricio.  

—Vaya, al fin conoces mi nombre, preciosura. Me gustaría pasarla bien contigo… Si no tienes un padre para tu bebé, yo puedo serlo.  

Ella lo empujó con fuerza y siguió caminando sin responder. Pero Fabricio no se detuvo. La tomó del brazo y, cuando ella intentó zafarse, la empujó con violencia.  

Su cuerpo cayó de bruces contra el suelo. Sintió un dolor punzante y un frío escalofriante recorrió su espalda. De inmediato, sus manos se aferraron a su vientre en un gesto instintivo de protección.  

—¡Estúpida! Tú te lo buscaste —bufó Fabricio.  

Un dolor agudo la atravesó. Cuando miró su vestido, vio con horror cómo una mancha rojiza se expandía en la tela.  

—No… —susurró con pánico—. ¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme!  

Intentó levantarse, pero sintió un líquido caliente resbalar entre sus piernas. Su respiración se aceleró.  

—No puede ser… aún me faltan dos meses…— grito con susto.  

Con el corazón acelerado, se incorporó con dificultad y trató de caminar. Alzó la mano para detener un taxi, pero en ese momento, un lujoso automóvil se detuvo frente a ella.  

El parabrisas bajó y un hombre desconocido la observó con expresión seria.  

—¿Estás bien? —preguntó con voz grave.  

Ella negó con la cabeza mientras su vientre se estremecía de dolor.  

El desconocido salió del coche y se acercó de inmediato.  

—Déjame ayudarte.  

—No lo conozco… pero… por favor… ayúdeme —sollozó ella, doblándose de dolor.  

El hombre no dudó. La sostuvo con firmeza y la ayudó a entrar al vehículo antes de arrancar a toda velocidad.  

Ella comenzó a jadear, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba, el dolor era tan insoportable, sin embargo ella no entendía porque tenía dolores si su bebé aún le faltaba por nacer.

—¿Estás embarazada?  

—Sí… pero aún le faltan dos meses por nacer … ¡No puede nacer ahora!  

Su respiración era errática, su piel estaba húmeda de sudor.  

—Resiste, llegarás a un hospital a tiempo —aseguró el desconocido, acelerando aún más rapido, desconcertado por la situación.

Pero ella apenas podía escuchar ya que estaba perdiendo la conciencia. Solo una pregunta resonaba en su mente.  

—¿Qué pasará con mi bebé?— murmuró antes de perder la conciencia.

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