CAPÍTULO 40. Las verdades que más duelen, son las que no decimos.
Capítulo 40
Las verdades que más duelen, son las que no decimos.
El sol de la mañana caía oblicuo sobre el penthouse, pintando la sala de estar de un dorado difuso. Isabela, aún con el camisón de seda arrugado, bajó con cautela las escaleras que comunicaban el dormitorio principal con el vestíbulo. Sentía un vacío extraño, como si el aire se hubiera hecho espeso durante la noche.
Frente a la puerta principal, el chofer de confianza de Gabriel, colocaba un maletín de cuero negro en el asiento trasero del coche.
—Buenos días, señora Montenegro —saludó el chofer con un leve asentimiento—. El señor Montenegro pidió que lo llevara a la casa de la playa.
Isabela dejó de respirar por un instante. Él se giró, sin terminar de alzar la voz:
—Dice que necesita reposo y un clima más templado para procesar los resultados de la junta médica. Me pidió que le dijera que no vendrá los próximos días.
Con la taza de café aún entre las manos, sintió que el mundo daba vueltas. Aquella “junta médica” a