Capítulo 32

—¡¿Qué está pasando aquí?! —exclamó Antonio con voz firme al pisar el patio y ver a los sirvientes rodeando a Dante y Alice. Entre ellos, Lucas —su fiel secretario— se mantenía con el rostro tenso.

—Menos mal que ha llegado, señor —dijo Lucas rápidamente—. Los encontré haciendo algo inapropiado... ¡en su despacho! Lo llamé de inmediato.

Los ojos de Antonio se encendieron, no por la rabia de una infidelidad, sino por algo mucho más profundo para él: la violación de su espacio privado.

—¡INSOLENTES! —bramó, acercándose a Dante y Alice—. ¡Ya les dije que nadie entra a mi despacho sin permiso!

Para Antonio, no era asunto suyo quién se acostaba con quién. Pero su despacho era su santuario, el lugar donde guardaba sus secretos y su dignidad. Y ahora, dos personas que debían conocer los límites, los habían cruzado.

Lo que Lucas no sabía era que, el día anterior, había visto dos figuras misteriosas detrás del estante de libros en el despacho. Pero su visión era borrosa, y asumió que eran Dant
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