Mundo ficciónIniciar sesiónEl viento del alba olía a humo y tierra húmeda. La granja, silenciosa bajo el primer resplandor del día, parecía contener el aliento. Entre los tablones del establo se filtraban haces de luz que cortaban el polvo suspendido en el aire como cuchillas doradas. Eleanor se ajustó el abrigo y miró a Gabriel, que revisaba una última vez el estado de los caballos.
—¿Están listos? —preguntó en voz baja.
—Tanto como nosotros —respondió él, apretando las cinchas con manos firmes.Hacía pocas horas que el mensajero había traído la advertencia: los gendarmes franceses, aún leales a los restos del antiguo régimen, rastreaban fugitivos por la comarca.







