El silencio de la habitación se quebró con el chirrido leve de la manilla. Eleanor contuvo la respiración, mientras sentía a Gabriel tensarse en la penumbra, listo para saltar de regreso al jardín si era necesario. El aire parecía espesarse hasta hacerse irrespirable.
La puerta se abrió apenas un palmo, dejando pasar un resplandor de vela y la silueta de Lady Whitcombe.
—Eleanor —susurró la voz de su madre, firme pero fatigada—. ¿Aún despierta?
El corazón de Eleanor latía con tal violencia que temió que resonara en toda la casa. A su lado, Gabriel permanecía inmóvil, ni siquiera parecía respirar, fundido con la sombra de la ventana, el rostro apenas iluminado por la débil llama.
Eleanor dio un paso hacia la puerta, procurando que su bata cubriera el temblor de sus manos.