El piso franco de Brooklyn era un ejercicio de negación, las paredes desnudas y blancas, rechazaban cualquier atisbo de calor humano. Eleanor estaba sentada en un sofá de cuero tan frío como el destino que se cernía sobre ellos.
Sobre la mesa de centro descansaba la tarjeta de memoria de Isaac, una pieza de plástico cargada con la dinamita que haría explotar el imperio de Nasser.
Omar estaba de pie, mirando la noche neoyorquina a través de las persianas venecianas, su perfil era una silueta tensa, parecía una estatua de acero.
— ¿Estás lista para la acción Eleanor? — preguntó sin mirarla, su voz era grave, desprovista de su familiar calidez. Su mente trabajaba buscando por dónde empezar sus planes.
Eleanor apretó las manos, sabía a qué se refería con acción, la guerra limpia y helada de los datos y las finanzas que ella llevaría, era la misión que Omar estaba a punto de iniciar.
— ¿Por qué tiene que ser una neutralización, Omar? ¿Por qué no un arresto? ¿Por qué no la ley? — La pregu