En las oficinas del fiscal de distrito, en Manhattan, Nueva York, el silencio era un manto pesado en el despacho, roto solo por el suave zumbido de los servidores y el tecleo frenético de Isaac Vance sobre el teclado de su laptop.
Vestía su habitual camisa blanca y arrugada con la corbata aflojada mientras el reloj marcaba las dos de la mañana, ni siquiera se había querido ir a su casa hasta no hallar algo concreto. Su rostro, iluminado por el resplandor de seis monitores, mostraba una tensión apremiante.
En sus manos no tenía un caso cualquiera de la Fiscalía, tenía el caso de su hermana, y lo que más le preocupaba era su seguridad, Eleanor se había involucrado con Tariq y éste tenía enemigos peligrosos que lo querían destruir.
A su lado, Blake su investigador principal, bebía un café frío con resignación y agotamiento.
— Sigo pensando que es una locura Isaac — dijo Blake, dejando la taza sobre una pila de códigos legales.
— Estamos usando recursos federales para investigar a tu cuñ