El silencio en el penthouse era una losa pesada.
Cada paso de Eleanor resonaba en el suelo de mármol como un eco de su propia soledad. El día después de la confrontación con Tariq había sido un infierno. El fantasma de la discusión se movía por los pasillos, un muro invisible que los separaba incluso en el mismo espacio.
Eleanor se había atrincherado en su habitación. Su santuario. Un lujo vacío que, por primera vez, le ofrecía protección. El único rincón donde había comenzado a sentirse segura, un resguardo de la fría determinación de Tariq.
Su teléfono era su única conexión con el mundo exterior. A través de él había contactado a Omar, un acto de rebelión silenciosa que le daba un respiro.
— Hablar con Omar ha sido bueno para mí. Él me hace sentir segura. — Pensó para sí misma.
Entretanto, en su despacho, Tariq se sentía como un león enjaulado. Sentía la frustración quemarle las entrañas.
El informe de seguridad sobre Omar seguía intacto, sin una sola mancha. La cizaña que Amir habí