El día en que estaba a punto de dar a luz, una manada de lobos errantes me atacó y destrozó a mi bebé.
Mi mate, el Alfa Marcos, se volvió loco y me llevó a toda velocidad al centro de curación, donde le ordenó a los sanadores que me salvaran la vida.
Pero, por casualidad, poco después, escuché su conversación con el Beta. Resultó que había permitido que su amante, Celeste, organizara el ataque, solo porque le había prometido que su hijo sería el único heredero del puesto de Alfa.
Las hierbas curativas ayudaron a que mi cuerpo se recuperara un poco, pero no pudieron aliviar el dolor punzante ni la agonía de haber perdido a mi hijo.
Cada aliento era como tragar vidrios rotos. Cada latido me recordaba al pequeño corazón que nunca volvería a latir.
Cerré los ojos, deseando que todo aquello fuera solo una pesadilla. Pero el dolor físico y emocional me mantenía despierta.
Sentía un hueco en mi vientre, como una herida que jamás cerraría. Aún podía sentir patadas y movimientos fantasmas, que me hacía agacharme para consolar a un bebé que ya no existía.
En ese momento, Marcos y su Beta entraron, por lo que me obligué a respirar con calma, sin abrir los ojos.
—Está dormida, pero por lo menos sigue viva. Hubo una complicación… El sanador dijo que la salvaron, pero…
Nicolás dudó, lanzándome una mirada, creyendo que yo estaba inconsciente.
—¡Habla de una vez! —gruñó Marcos— ¿Cómo puede haber complicación? ¿Acaso los sanadores quieren morir?
La respuesta del Beta hizo que Marcos explotara de furia. Su poder de Alfa llenó la habitación con una presión sofocante.
—No está en peligro mortal, pero… el lobo de Sofía murió. Ahora es una Omega…
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el pecho.
Mi lobo. La parte de mí que me hacía fuerte, que me conectaba con la luna, con la manada… con él… había desaparecido.
Quise gritar, quise destrozarlo todo, pero me obligué a permanecer tranquila.
Marcos soltó un gran suspiro de alivio.
—Bien, mientras siga viva. No importa que ya no pueda darme hijos Alfa sin su lobo. De todos modos, Celeste ya está esperando al heredero.
La crueldad tan casual en su voz pulverizó lo último que quedaba de mi corazón.
Cuánto nos amábamos en el pasado…
Cuando me golpeaba la cabeza, solía dejarme descansar en su regazo. Me masajeaba las sienes con sus dedos suaves, susurrándome palabras dulces al oído. Respirar su aroma me hacía sentir completamente segura.
Recordé nuestra gran ceremonia de apareamiento, la forma en la que me miraba, como si yo fuera todo su mundo, y las promesas que nos hicimos bajo la luna llena.
Yo creí que tendríamos nuestros propios hijos y viviríamos felices para siempre.
Ahora entiendo que todo fue una fantasía estúpida, y una mentira que me repetí mientras él planeaba mi destrucción.
—¿Qué dijo el sanador? ¿Se dañó parte de la esencia de su lobo? No importa. Sé que la Manada de Plata tiene hierbas curativas de primera calidad que pueden restaurar la fuerza central.
Marcos hablaba con calma, como si discutiera el clima en vez de la muerte de mi lobo.
Pero su Beta lo interrumpió con precaución, con la voz cargada de simpatía:
—Alfa, es inútil. El sanador dijo que en ese momento no había forma de salvar a su lobo. El trauma fue demasiado grave. Cuando ellos… —la voz de Nicolás se quebró—, cuando le arrancaron al bebé del vientre, el impacto mató a su lobo al instante.
Marcos ya no pudo mantener la calma. Sus ojos se tornaron rojos y su voz se volvió extremadamente agitada.
—¿Acaso los sanadores no hicieron todo lo posible? ¿Cómo pudo pasar esto?
—En ese momento, el cuerpo de Luna ya estaba extremadamente débil por el embarazo. Después de que Celeste y sus cómplices le arrancaron al bebé, no se detuvieron allí… —La voz del Beta estaba cargada lástima y un claro desprecio hacia Celeste—. Alfa, Celeste hizo mucho más de lo que le dijo. No solo mataron al bebé, sino que se aseguraron de que Sofía jamás pudiera tener hijos de nuevo.
Mi sangre se congeló.
Jamás podría volver a tener hijos.
Esas palabras retumbaban en mi mente como una sentencia de muerte.
El rostro de Marcos no mostró emoción cuando, fríamente, dijo:
—Encubre esta información. Si se filtra, los sanadores sabrán bien lo que el Alfa es capaz de hacerles. Haz que todos los sanadores que conocen esto sean transferidos a otras manadas. Publica que es un programa de intercambio.
Su tono era frío y eficiente, como si encubrir el asesinato de su propio hijo fuera un simple asunto administrativo.
El Beta guardó silencio por un largo rato y luego suspiró con impotencia.
—Todo esto no servirá de mucho. Como lobo, sabes que cuando ella despierte, sentirá que su lobo ya no está. El vínculo entre un hombre-lobo y su lobo interior… cuando se rompe así, el dolor es indescriptible.
El tono de Marcos se volvió firme:
—Antes de que eso pase, consultaré a los ancianos, buscaré en textos antiguos, intentaré todo para restaurarla. Incluso si debo encontrar brujas y ofrecer mi propio poder a cambio.
El Beta se quedó en silencio, lanzándome una mirada de compasión.
—Alfa, yo también espero que Luna pueda recuperarse. Después de todo, es su verdadera mate. Ella merecía algo mejor que esto.
Nicolás se marchó, sus pasos pesados y cargados de desaprobación, dejando a Marcos en la habitación, quien se quedó un rato más, sin expresión, antes de caminar en silencio hacia mi cama y apoyar su cabeza sobre ella.
Su cercanía me envolvió con su aroma. Ese olor que tanto había amado, como el césped fresco después de la lluvia, ese aroma que me había conquistado en nuestra primera reunión entre manadas, hacía cinco años.
Antes, ese aroma podía calmarme, hacer desaparecer cualquier malestar. Era mi hogar, la seguridad, y el amor.
Pero ahora me producía rechazo. El dolor en mi corazón por la pérdida de mi hijo seguía siendo insoportable.
—Sofía, no esperaba estas consecuencias. Yo tampoco quería esto…
«Mentiroso», pensé.
—Sigues siendo mi mate. Usaré todos los recursos de la manada para compensarte. Te daré todo lo que quieras. Espero que puedas perdonarme.
Sus palabras no me trajeron consuelo, sino furia.
Yo deseaba con todo mi corazón tener a mi hijo. Había soñado con esas pequeñas manos y pies, con enseñarle a transformarse, con verlo crecer fuerte. Pero lo había perdido justo antes de que naciera, a manos de la mujer que me reemplazaría en todo lo que en verdad importaba.
«Marcos, cómo me gustaría poder perdonarte», pensé.
Pero el perdón era un lujo que ya no me podía permitir.
Nunca olvidaría aquello. El sonido del llanto de mi hijo. La sensación de la muerte de mi lobo. El momento en que entendí que el hombre que amaba había planeado todo aquello.
«Puesto que le prometiste al hijo de Celeste que sería el heredero de la manada, no hace falta que me hables de compensación», pensé. «Tú ya tomaste tu decisión. Ahora me toca a mí tomar la mía. Me iré de la manada y dejaré de ser tu mate».
«Les deseo a ti y a Celeste una vida llena de felicidad.»
«Porque, Marcos, esta será la última vez que me veas.»