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No Alpha But Myself

No Alpha But MyselfES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Zoe bear  Completo
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Resumen
Índice

—No perteneces a esta manada —siseó mi madre, con sus ojos dorados destellando bajo la luz del fuego—. Si no puedes apoyar a tu hermana Alfa, entonces lárgate de aquí. Debí haberlo visto venir. En la Manada Cenicienta, la familia lo significaba todo... a menos que fueras yo, Valeria Espinosa, la decepción. Mientras mi perfecta hermana Esperanza se llevaba el amor, el título e incluso a mi pareja Carlos, yo me quedé con una ceremonia de emparejamiento a la que nadie se presentó. Ni siquiera asistió el hombre que me había jurado que siempre sería suya. Esa noche, escapé. Tras esto, construí una nueva vida en el sindicato clandestino de hombres lobo de Berlín, donde la fuerza era la única ley que importaba. Aprendí a pelear, a liderar, a hacer que lobos que me doblaban en tamaño agacharan la cabeza con solo una mirada mía. Pero, cuando llegó el mensaje de que Esperanza estaba muriendo, la manada exigió mi regreso. —Vuelve a casa, Valeria —la voz de mi padre crepitó a través del teléfono—. Tu hermana te necesita. Casi me reí en su cara. ¿Después de todo lo que había pasado? Pero esta vez no era la loba débil que habían dejado atrás. Esta vez, yo tenía mis propios colmillos. Y cuando los lobos te persiguen, no huyes... les arrancas la garganta primero.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Aquel día debería haber sido mi día de emparejamiento, el día en el que Carlos Mendoza me marcaría como su Luna frente a toda la Manada Cenicienta. Habíamos entrenado juntos desde que éramos cachorros. Todos decían que éramos la pareja perfecta y que seríamos el Alfa y la Luna de la manada. Nos veían equilibrados, predecibles y seguros.

Alisé el frente de mi capa por centésima vez y miré nuevamente hacia la entrada.

Aún no había llegado nadie. No había aparecido un alma, ni mis padres ni mi hermano Diego ni mucho menos Carlos.

Solo estaba yo, de pie en el silencio.

Saqué mi teléfono y lo revisé por quinta vez. No había mensajes nuevos. Mi pulgar se detuvo sobre el nombre de Carlos antes de llamarlo nuevamente. Sonó dos veces antes de que entrara el buzón de voz.

Me quedé mirando la pantalla de mi teléfono, sin saber si reír o arrojarlo contra la pared.

Entonces apareció el anuncio de la manada:

«Bienvenida a casa, Esperanza Espinosa».

Un video comenzó a reproducirse automáticamente.

Ahí estaba mi familia, reunidos en las puertas de llegada de la cresta norte, donde aterrizaban las aeronaves. Mi padre se veía radiante, mi madre tenía los ojos anegados en lágrimas, y Diego había levantado a Esperanza en un abrazo. Incluso Carlos estaba allí, parado justo detrás de ella.

El cabello dorado de Esperanza brillaba bajo las luces de las linternas. Su brazo se enroscaba firmemente alrededor del de Carlos, como si perteneciera allí.

Siempre había sido así.

Mi pecho ardía.

Un momento después, mi teléfono vibró de nuevo. Esta vez era Carlos.

—Deja de ser tan dramática, Valeria —me dijo, con voz seca, como si me hubiera llamado para decirme algo sin importancia—. Haremos la ceremonia más tarde. Esperanza acaba de regresar del entrenamiento Alfa en la Academia Lupicida...

Dicho esto, colgó sin más.

Miré fijamente la pantalla, sintiendo cómo mis garras ansiaban salir.

A mi alrededor, la sala ceremonial permanecía en silencio, llena solo del suave crujido de los pétalos de flor lunar cayendo al suelo.

Miré la capa en la que había pasado horas cosiendo hilos de plata, que ahora se arremolinaba a mi alrededor como si fuera un pelaje desprendido, como algo que no merecía usar.

Me la quité y la dejé allí.

La Manada Tempestad vibraba de algarabía cuando regresé.

Alguien había asado carne en la parrilla trasera. El perfume de rosas y hojas dulces de Esperanza flotaba por los pasillos, lo suficientemente fuerte como para alejar cualquier otro aroma. Las risas resonaban desde la sala principal. Era una celebración, ruidosa y desconsiderada.

Nadie se dio cuenta cuando me deslicé dentro por la puerta de la cocina.

Fui directamente a mi habitación, me senté en el borde de mi cama y miré la lista que había escrito en mi diario. Era una lista simple donde anotaba cada vez que me habían olvidado, pasado por alto, y dejado de lado.

Agregué otra entrada al final:

«Ceremonia de emparejamiento: Nadie vino.»

Un golpe sonó contra la puerta, la cual se abrió con un chirrido, y Diego entró como si fuera el dueño del lugar, con sus botas pesadas resonando en el suelo.

—Aquí estás —dijo, examinándome y antes de detenerse en la capa de piel que ahora se encontraba doblada junto a mi escritorio y la carta a medio escribir para el Consejo—. Esperanza quiere tu pastel de carne. Hazlo picante. Ella dice que extraña cómo lo cocinas.

Lo miré fijamente, con las manos descansando sobre mi regazo.

—Te perdiste mi ceremonia de emparejamiento.

Diego parpadeó, luego se encogió de hombros como si no importara.

—Es solo un ritual. Tú y Carlos pueden hacerlo la próxima luna, o la siguiente. Esperanza está de vuelta, Valeria. No la hemos visto en un año.

Tomó mi diario del escritorio y lo hojeó sin preguntar.

—¿Todavía escribes estas cosas? —Sus ojos se posaron en la página reciente. En la parte superior en letras negras decía: «Advertencia final». Resopló—. ¿Qué se supone que significa eso? ¿Vas a huir? ¿Piensas ser una renegada?

Arrojó el diario de vuelta a la cama.

—Solo haz el pastel de carne, Valeria.

Me levanté lentamente y pasé junto a él, rumbo a la cocina. Mis manos ardían mientras sacaba la carne de la nevera. El nuevo jabón que habían traído para que yo usara, que era la marca favorita de Esperanza, había dejado manchas rojas en mi piel.

Diego se apoyó contra la pared detrás de mí, observando demasiado cerca.

—¿Por qué estás tan callada? —me preguntó—. ¿Planeas envenenarla o algo así?

Antes de que pudiera responder, la voz de Esperanza resonó desde la sala principal.

—¡Dieguito! ¡Las castañas!

—Ya voy —murmuró él, poniendo los ojos en blanco, antes de darse la vuelta y marcharse sin mirarme de nuevo.

Me lavé las manos bajo agua fría, viendo cómo el rojo se desvanecía hasta volverse un rosa pálido, y mis ojos se desviaron hacia el mostrador.

Allí estaba el pastel ceremonial que había ordenado. Aún intacto. Mientras que los anillos de unión estaban a su lado, en su caja de terciopelo.

No lloré. Simplemente, me quedé allí por mucho tiempo, mirando todas las cosas que se suponía que importaban.

Sombra, mi loba había estado callada todo el día, pero ahora su voz en mi cabeza era aguda.

—Han tomado su decisión —gruñó bajo en mi pecho—. Nosotras tomaremos la nuestra.

Miré hacia la ventana. Más allá, los árboles oscuros del bosque norte se balanceaban suavemente en el viento nocturno.

Esperanza había regresado. Ella lo tenía todo.

¿Y yo…?

Yo ya estaba cansada de esperar.

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