La pulsera seguía intacta, sus piedras azules no habían sufrido daño alguno por las llamas.
Era la pulsera que su difunta madre había colocado en mi muñeca tras nuestra ceremonia de apareamiento, la reliquia familiar transmitida por generaciones de Lunas.
Única en el mundo, irremplazable.
—Jeje… —rio de repente, un sonido quebrado que hizo que Nicolás se estremeciera.
Extendió la mano y tomó esa mano quemada y negra, entrelazando sus dedos con huesos carbonizados.
—Sofía... olvidémonos de ese estúpido acuerdo, ¿si?
Su voz era casi una conversación, como si hablara con una persona viva.
—Ah… sí, sí. Lo rasgaré ahora mismo.
—Déjame contarte un secreto.
Se inclinó hacia el cuerpo, susurrando como un niño culpable.
—Esa Celeste, solo dormí con ella porque me emborraché durante un asunto de la manada en el territorio de Luna de Plata. Se suponía que era un error de una sola noche. Nada más.
—Esa noche revisó mi teléfono mientras yo estaba inconsciente y encontró tus mensajes.
—Cuando supo q