Su tono era directo, sin juicio alguno.
No pude evitar darle un pequeño golpecito en el brazo.
—Él tiene veinticinco, tú treinta y dos. No hay tanta diferencia. Deja de actuar como si fueras un anciano sabio —Moví la mano con desdén, pero sentí el calor subir por mi cuello—, no le des tantas vueltas. Simplemente lo contraté cuando abrí la tienda. Él necesitaba trabajo, y yo necesitaba ayuda.
—Imposible. —La voz de Nicolás sonaba llena de certeza absoluta.
—Soy al menos un Beta, ahora Alfa interino. Sé leer a los lobos muy bien.
Señaló hacia donde Fidel había desaparecido dentro del restaurante.
—Nadie que tiene para comprarse zapatos italianos de cuero y ese reloj suizo estaría trabajando en tu pequeña florería por unas pocas gemas baratas.
—Está aquí porque quiere estar cerca de ti.
Esta vez no pude mantener mi expresión indiferente.
Forcé una sonrisa frágil.
Luego inconscientemente me cubrí el abdomen bajo, un gesto automático después de meses de duelo.
—Nicolás, ahora solo soy una O