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CAPÍTULO 02. 🔥Hades, El Amo del Infierno🔥

La figura que había irrumpido en la sala era un hombre de presencia imponente, con un traje completamente negro que reflejaban su autoridad. El hombre, al dar unos pasos, sintió que había pisado algo. Su mirada se desvió hacia el suelo y se inclinó para recogerlo: era una zapatilla de mujer, algo desgastada, pero con un aire de delicadeza que destacaba en aquel ambiente oscuro. En ese piso tan frío, muchas mujeres estaban aterrorizadas, sin ninguna esperanza de sobrevivir, atrapadas en el miedo y la incertidumbre. Pero entre ellas, una joven delgada vestida con un simple pijama, él la miró y se dio cuenta de que le faltaba un zapato.

“Así que, es tuyo, no es bueno que andes descalza”

El guardia, furioso, exclamó: “Señor mío, ¿puedo matarla?, ella me arrojó esa zapatilla a mí”. Su voz estaba cargada de ira, dispuesto a castigar a Stella por su osadía.

“Edward” Al escuchar su nombre, Edward sintió una presión intensa en su cuerpo que lo hizo arrodillarse de inmediato. Con voz firme y autoritaria, el hombre le advirtió: “No te atrevas a poner una mano sobre alguna de ellas”. La advertencia resonó en el silencio del castillo, dejando claro que cualquier acto de violencia tendría graves consecuencias.

“Si mi señor, no volverá a pasar”

Él hombre de figura alta, se acercó más a ella y, con delicadeza, le puso la zapatilla en el pie, cuidando cada movimiento como si protegiera algo muy valioso.

Al alejarse, levantó la voz con autoridad: "Escúchenme todas, mi nombre es Hades, soy el amo y señor de este castillo y sobre todo el infierno. En este momento, irán a descansar, han pasado por mucho. Les estaré avisando cuando nos reuniremos y hablaremos de asuntos matrimoniales. Por cierto, no intenten escapar, porque morirán una vez que salgan del castillo".

Luego, señaló a una mujer vestida con un uniforme sencillo. “La criada las guiará a las habitaciones.”

La mujer comenzó a llevar a los jóvenes por los oscuros pasillos, donde la niebla parecía incluso más densa. Stella, con la zapatilla en el pie y la mirada fija en el peligro que las rodeaba, avanzaba con una mezcla de miedo y determinación.

Habían pasado varios días desde la captura de las jóvenes, y muchas luchaban por sobrevivir en el oscuro castillo de Hades. Mientras tanto, en el Imperio Solvarys, el caos era enorme. La repentina desaparición de tantas jóvenes, algo sin explicación que nunca había acontecido a lo largo de la historia en el imperio Solvarys, había perturbado profundamente a la sociedad. Hasta la princesa Alicia, hija del emperador Zeldris, había desaparecido sin dejar rastro alguno.

En la casa Ducal, un ejército se había movilizado para buscarla con urgencia. Nadie podía entender cómo Stella había podido desaparecer de esa manera, y la preocupación de las jóvenes se extendía entre los nobles y el pueblo por igual.

“Stella, mi preciosa hija, espero que este bien” susurró el Duque Alexander con un suspiro cargado de preocupación.

"Cariño, ella está bien, lo sé. Estoy segura de que regresará", dijo Amelia mientras, con una taza de té en las manos, se acercaba al Duque.

Amelia sonriendo con una expresión que ocultaba su verdadero sentimiento, mientras servía el té con delicadeza. Por fuera, parecía una esposa dedicada, pero en su interior la sombra de sus deseos y planes oscuros seguía creciendo.

Sin embargo, Sofía permanecía en casa, ajena a la conmoción que causaba la ausencia de Stella. Su corazón oscuro celebraba en secreto la desaparición de Stella, como si una sombra de satisfacción la envolviera. Aunque, en ocasiones, fingía mostrar preocupación ante la familia para no levantar sospechas, su interior estaba lejos de conmoverse.

Al día siguiente, los jefes de hogar de cada familia noble se reunieron ante el emperador en el gran salón del palacio. La tensión era palpable; la desaparición de tantas jóvenes.

El Duque Claude se puso de pie con gesto serio y dijo: "Su Majestad, quien hizo tal acto, debe ser alguien muy peligroso. Al parecer, se encontró magia negra en la habitación de mi hija. Tal vez haya sido un mago, alguien con intenciones oscuras que quiera hacerle daño al imperio".

Un murmullo recorrió por toda la sala, mientras todos reflexionaban sobre la gravedad de sus palabras.

El emperador frunció el ceño y respondió con firmeza: "Si un poder tan oscuro está involucrado, necesitamos actuar con rapidez y sabiduría. Ordenaré a los mejores magos y guerreros del reino que investiguen y protejan a nuestras familias".

La reunión se había extendido por horas, entre discusiones y propuestas, cuando de repente apareció en medio del salón una llama de fuego que no consumía nada a su alrededor. La llama creció hasta convertirse en un inmenso espejo cristalino que reflejaba una figura imponente: un hombre vestido de negro, sentado en un trono majestuoso y oscuro.

Todos guardaron silencio, conteniendo el aliento ante aquella aparición inesperada. Era nada más y nada menos que Hades, el amo del infierno. Con voz profunda y resonante, habló desde el espejo: "Su majestad emperador de Solvarys y dignos nobles que están presente, no tengan miedo a mi presencia. Vengo a hacerles una propuesta, una oportunidad para que recuperen lo que creen perdido. Pero sepan que todo tiene un precio".

Muchos alzaron la voz al que reflejaba el inmenso espejo, sus voces llenas de desesperación y rabia: “¡¿Dónde está mi hija?!”

En ese instante, varios guardias imperiales irrumpieron en la sala, formando un perímetro de seguridad. Sus armaduras relucientes y la fuerza de su presencia intentaban contener la creciente tensión entre los nobles.

El emperador alzó la mano para imponer silencio y, con voz firme, declaró: "Mantengan la calma. Pronto buscaremos la verdad, pero antes debemos escuchar lo que tiene que decirnos Hades". El emperador, con voz firme y llena de autoridad, se dirigió directamente a la figura en el espejo:

"Como emperador de la nación de Solvary, te exijo saber ¿por qué te has llevado a mi hija y a las jóvenes nobles de esta nación? ¿Qué es lo que pretende con todo esto?"

Hades continuó con voz firme y segura:

"Escúchenme todos, no se preocupen, sus hijas están bien. Todas regresarán a casa, pero solo una se quedará".

La declaración hizo que un silencio profundo cayera sobre la sala, mientras cada uno procesaba la terrible realidad: el destino de sus hijas dependía de una elección que podría cambiarlo todo.

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