La mañana despertaba con una luz suave y dorada que parecía acariciar suavemente los muros del castillo. Después de que estuvieron organizados, Hades, sin pensarlo dos veces, levantó a Stella en brazos. Ella, un poco nerviosa, intentó protestar con voz temblorosa:
“Mi señor, puedo caminar”.
Pero las mejillas de Stella daban cuenta de sus verdaderos sentimientos: un sonrojo profundo teñía su rostro, reflejando la mezcla entre timidez y afecto que sintió en ese instante.
Hades, con una mirada llena de intensidad y determinación, la sostuvo más cerca y le susurró:
“No debes hacerlo. Eres mi esposa, y yo quiero protegerte, cuidarte. Déjame hacerlo.”
Ella no pudo más que asentir, su corazón latiendo apresuradamente mientras él avanzaba con paso firme hacia el comedor.
El recorrido por los pasillos del castillo se sintió eterno para Stella, aunque cada paso en los brazos de Hades le daba un extraño consuelo y seguridad. La presencia poderosa de él a su lado parecía envolverla, separándola