El Duque Alexander, con el rostro tenso y la voz cargada de desconcierto, preguntó:
“¿A qué se refiere con eso? ¿A que una se quedará con usted? ¿Qué quiere decir exactamente?” La sala entera esperaba una respuesta que aclarara el oscuro significado detrás de las palabras de Hades, conscientes de que esa elección podría significar mucho más que un simple regreso. Hades respondió con una calma imponente: "Sí, una de sus hijas deberá quedarse conmigo. No como prisionera, sino como esposa y compañera en el reino que gobierno. Ella será quien comparta mi poder y mi destino. Las demás serán libres, pero aquella escogida marcará el futuro de ambos mundos". Sus palabras resonaron con fuerza, dejando claro que la elección no era solo un capricho, sino una llave para mantener el delicado equilibrio entre la luz y la oscuridad. El emperador, con tono desafiante, preguntó: “¿Qué pasará si ninguna es elegida? ¿Y si nos ponemos en contra de ti, Hades, amo del infierno?” La sala completamente en silencio esperando la respuesta, conscientes de que desafiar a un ser tan poderoso podía tener consecuencias impredecibles y peligrosas. Hades esbozó una leve sonrisa y respondió con voz profunda y fría: "Si ninguna es elegida, entonces el equilibrio que mantengo se romperá, y el imperio sufrirá consecuencias que van más allá de lo que imaginan. La rebelión contra mí solo traerá más dolor y destrucción para todos. Pero si acepta este destino, habrá paz y prosperidad, aunque a un precio." Sus palabras dejaron claro que desafiarlo sería una apuesta muy arriesgada, y que el futuro del Imperio Solvarys dependía de aceptar o enfrentar aquella oscura propuesta. “Aceptaremos la propuesta. Como emperador de esta nación y por el futuro del pueblo, quien usted elija se convertirá en su esposa.” “Pero… solo le pido que elija a una joven que haya alcanzado la mayoría de edad. Mi hija es aún una niña, no está en edad para casarse.” Hades escuchó en silencio, sin mostrar emociones, hasta que finalmente respondió con voz pausada: “Tu hija es muy hermosa, Alicia, creo que era su nombre. Solo fue un error que cometieron mis hombres, ella será regresada junto con las demás. Pero esa joven llamada Stella se quedará conmigo.” El Duque Alejandro estando de pie con una gran determinación, miró fijamente a Hades sin temor a morir: “¡¡Lo siento, no puedo darle a mi hija Stella!!”. Su negativa resonó con fuerza en el gran salón, desafiando la decisión de Hades y dejando claro que estaba dispuesto a luchar para protegerla, sin importar las consecuencias que ello pudiera traer para él y para el imperio. Hades habló con voz fría y autoritaria, dejando claro que la decisión no dependía de nadie más: "No fue mi decisión, Duque, fue ella misma. Hace tres horas. “Las hemos reunido, porque una de ustedes será mi esposa. Odio a las chicas ruidosas, que lloriqueen por todo. La que decida vivirá conmigo, puede ser cualquiera, no me importa, pero… si ninguna se levanta en media hora, todas morirán y destruiré el imperio. Así que decidan, ¿quién se quedará?" Ninguna de las jóvenes quería ver el reino destruido ni estar casada con un hombre tan terrible y frío, ni vivir en un lugar rodeado de sombras y oscuridad. Stella, con lágrimas contenidas, abrazaba a Alicia para que se sintiera segura, pues esta era la única menor entre ellas, con solo 12 años. Una de las jóvenes alzó la voz entre lágrimas y determinación: “Yo no puedo casarme, tengo novio, señor Hades”. Otra pregunta con tono calculador: “¿Y si se casa con la princesa Alicia?, es hija del emperador, sería un buen beneficio para usted señor.” En ese momento, Stella, furiosa y protectora, se acercó rápidamente a ella y la abofeteó con fuerza. “¿Cómo se te ocurre decir eso? ¡Es solo una niña! ¿No ves que solo tiene 12 años? ¿Acaso no tienes corazón?” El silencio se apoderó de la sala, mientras todos miraban a Stella con una mezcla de admiración y preocupación. Su valentía llenaba la habitación, pero también aumentaba la tensión de una decisión que parecía cada vez más imposible. Hades, sin mostrar expresión, observaba en calma. Todas las jóvenes se pusieron de pie, con voces firmes y decididas, y declararon: “¡¡¡Estamos de acuerdo, que la princesa Alicia se case con nuestro señor Hades!!!” El murmullo se convirtió en un coro de aceptación forzada, impulsado por el deseo de salvar el imperio y protegerse así mismas. A pesar de la resignación en sus ojos, sabían que aquella elección no era un verdadero triunfo, sino un sacrificio doloroso por el bien común. Stella, aunque desanimada, apretó los puños y miró hacia adelante, dispuesta a enfrentar lo que viniera para proteger a Alicia y a todos los que amaba. El silencio se hizo absoluto cuando la voz penetrante de Hades resonó en la sala: “Son más hipócritas de lo que pensé. Y si las mando al abismo a todas, ahí podrán gritar todo lo que quieran. Son muy ruidosas.” Un temblor recorrió el ambiente, cuando una voz frágil e inocente, apenas un susurro, se hizo escuchar. Era una niña cuya apariencia parecía tan delicada que cualquiera habría pensado que se rompería al mínimo viento. “¿Qué quieres?” preguntó Hades, con mucha curiosidad. Luego, con una valentía inesperada, anunció: “Yo me casaré con usted”. Pero antes de que pudiera avanzar, una figura se interpuso: era Stella, que salió de entre las otras jóvenes para detenerla, sosteniendo su brazo con fuerza y mirándola con determinación. “No, Alicia, no”. Stella miró a Alicia con firmeza y preocupación, mientras la sostenía para evitar que avanzara. “No puedes hacerlo, Alicia. No estás lista para esto, y no deberías sacrificarte así. Hay otra manera”. Stella, con voz firme y decidida, se adelantó y declaró: “Mi señor Hades, por favor, es solo una niña...” Hizo una pausa, tomando aire con determinación, y continuó: “Yo me casaré con usted. Es mi palabra. Soy Stella Lennox, hija del Duque del Norte, y he decidido que me casaré con usted.” Hades avanzando lentamente y dijo con voz grave: “Está bien, tú te quedarás conmigo, señorita Lennox”. Se levantó de su trono, extendiendo una mano hacia Stella con autoridad y solemnidad. “Prepárate para un destino que pocos pueden comprender, y para un poder que transformará no solo tu vida, sino la de todo tu mundo.” Stella respiró hondo, consciente del sacrificio que implicaba, pero también de la fuerza que tendría que encontrar en sí misma para enfrentar lo que venía. Antes de que Hades se retirara, Stella tomó firmemente su brazo y, con voz temblorosa pero decidida, dijo: “Una cosa más, señor, ¿Puedo despedirme de mi padre?” Hades la miró a los ojos y percibió la desesperación que cargaba en su voz y mirada. Tras unos instantes, respondió: “Está bien. Podrás reunirte con él. En una semana iré a buscarte a la mansión del Duque”. En el presente. El Duque Alexander, no podía creer lo que trataba de decir. El Duque, con el rostro lleno de incredulidad, exclamó: “¡¡Esto es una locura!!” Hades, sin alterarse, respondió con voz firme y serena: “Tal vez para ti sea una locura, pero para mí no lo es. Por eso decidí reunirme con ustedes, para que lo supieran.” Con un gesto de su mano, el inmenso espejo comenzó a desvanecerse como por arte de magia, iluminando la sala con destellos efímeros. “En este momento, sus hijas están siendo regresadas a sus hogares”, afirmó Hades mientras la imagen se desvanecía por completo. Todos decidieron regresar a sus casas para ver el estado de sus hijas, aliviados de que por fin estarían de regreso. El emperador se dirigió directamente a la habitación de su hija Alicia. Al entrar, encontró la pequeña figura de la niña sentada en la cama, temblando ligeramente. Sin poder contener la emoción, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y corrió hacia ella para abrazarla con fuerza, sintiendo el alivio y el inmenso amor que sentía por su hija. “Mi pequeña Alicia, que bueno que estas bien”, murmuró, mientras ambos se aferraban el uno al otro, conscientes de que aún en la calma, el futuro seguía siendo incierto.