Giubilei se arrodilló, y Dario se unió a él, usando su cuerpo para ocultar la actividad, el Cardenal tanteó el muro buscando algo hasta que dio con un ladrillo suelto, lo extrajo con cuidado y del agujero sacó una llave de acero de aspecto medieval, gruesa y pesada, puso el ladrillo de regreso en su lugar e insertó la llave en una pequeña ranura disimulada por el crecimiento de la hiedra.
A todas estas, Dario y Luciana lo observaban con los ojos muy abiertos en total asombro, el viejo tenía más mañas que cualquier mafioso.
La llave giró con un clic sordo que resonó en el silencio, y luego, Giubilei presionó una secuencia de ladrillos viejos.
— Es un mecanismo de contrapeso — explicó Giubilei — Nadie lo ha usado en más de cien años.
— ¿Cien años? ¿Cómo sabe que funcionará?
El cura se quedó escuchando y señaló la vieja pared que hizo un gruñido pesado.
— Por eso — él sonrió, y una sección del muro, lo que parecía ser un nicho de ladrillos sueltos y descoloridos, se deslizó hacia dentro