Hubo un largo e incómodo silencio, más doloroso que incómodo, en el que los tres dejaron corres las lágrimas sin miedo a ser juzgados, y tratando de unir sus historias personales para entender…
— ¿Y tú… por qué no fuiste a la policía? — al fin Elena, preguntó aclarándose la garganta y sintiendo el filo de la duda.
Darío la miró, herido por la pregunta, pero entendiendo que era justa.
— ¿A qué policía, Elena? Tenía a agentes como Marco, muy bien entrenados buscándome y engañados, creyendo que yo era un parricida, y que había sido capaz de atentar contra la vida de mi propia familia, ¿Quién atraparía vivo a un tipo capaz de derramar su propia sangre? La orden era tirar a matar, y aún es la orden, solo que hice todo por sobrevivir para salvarte…
Elena ladeó la cabeza comprendiendo el dolor de su hermano.
— Los archivos que Luciana sacó de la oficina de Visconti implicaban a Cardenales, a políticos italianos, a Empresario respetables… no hay un lugar seguro, si hubiésemos ido a la policía