Mundo ficciónIniciar sesiónLuciana regresó al apartamento de servicio con los hombros hundidos. Su fachada de Chiara Da Costa, la restauradora perfecta, se había desmoronado ante un estornudo fingido y el parpadeo de una secretaria.
Se sentía estúpida, una aficionada que acababa de arriesgar toda la operación por un intento fallido de forzar una cerradura, la adrenalina había caído, dejando solo la amarga frustración de la derrota.
Giró la llave en la cerradura y empujó la puerta con desgano preparándose para enfrentar la mirada decepcionada del Cardenal Giubilei, pero la figura sentada en el sillón frente al anciano Cardenal no era la que esperaba.
El hombre, ya no cubierto de mugre ni vestido con harapos, lucía una camisa de lino impoluta y pantalones oscuros, se había afeitado y aseado, y aunque la tensión no había abandonado sus ojos, la suciedad de las alcantarillas de Roma







