La “oficina improvisada de Dario” era un caos silencioso, él se había replegado en un espacio separado de la caverna que se extendía en los pasillos ramificados y antiguos de la vieja construcción bajo tierra de la propiedad, que pertenecía a su familia desde hacía siglos. Conocía el lugar porque desde niño solía visitarlo con su padre y con su hermano.
Después de la cruel revelación sobre la relación secreta entre su padre y la madre de Luciana, Darío necesitó caminar, moverse y estar a solas por largo rato, había desaparecido por los pasillos oscuros y húmedos y, cuando regresó, movió la mesa con la laptop y una silla fuera del espacio que común que habían compartido todos desde que llegaron al refugio.
Luciana se apareció sin llamar, su presencia era una ráfaga fría que disipó la densa neblina de whisky y planos tácticos.
Dario alzó la vista, sus ojos oscuros estaban encendidos por la frustración de las últimas horas, no había querido mirarla, y estuvo evitando la proximidad con el