El búnker olía a tierra húmeda y a café recalentado. Luciana estaba junto al televisor, viendo el rostro descompuesto de Marco en la repetición del noticiero, cada palabra que él pronunciaba —Fanático, desequilibrado, loco de odio — era un puñal que validaba la falsa narrativa y acusaciones directas del maldito de Greco.
— Lo está destrozando, y a nosotros nos está hundiendo — susurró Luciana, sin apartar los ojos de la pantalla — No quiero ni imaginarme la forma en la que pudo amenazarlo para que Marco cediera a hacer esa entrevista.
Dario estaba en la mesa de operaciones, ignorando el drama televisivo, extendió un mapa del centro de Roma, con el Vaticano resaltado con un círculo rojo.
Había desmantelado un viejo terminal de radio de onda corta que su padre, un coleccionista excéntrico, había guardado, era tecnología antigua, la única forma de garantizar una comunicación que la SIS, Sistema di informazione per la sicurezza della Repubblica, y el rastreo digital de Greco no pudieran p