4 Silenciada en la “Sombra”

El silencio en la cubierta del yate la Sombra era más ensordecedor que cualquier rugido de motor. Estaban anclados en una bahía oculta de la Costa Amalfitana, un espejo de agua oscura bajo un cielo pesado de estrellas. El yate no era un simple barco, era una fortaleza flotante de lujo negro, un palacio privado para un hombre que se movía como el nombre de la embarcación, como una sombra.

Luciana se quedó en la popa, con los brazos cruzados, sintiendo la brisa salada que le secaba las lágrimas de rabia. La humillación de la Via del Vento era todavía una herida en carne viva, había sido un peón en un juego entre capos, y el más peligroso de ellos era ahora su dueño.

Dario no la había dejado sola. Se había quitado la ropa táctica y ahora vestía pantalones de lino y una camisa de seda negra abierta en el pecho, exponiendo una línea de tatuajes que se perdía bajo la tela. Estaba apoyado en la barandilla, contemplando el mar, e ignorándola. Su indiferencia era tan controladora como lo había sido su beso.

 —¿Se supone que este es mi refugio? — preguntó Luciana, rompiendo el silencio con una voz que temblaba a pesar de sus esfuerzos.

Dario no se giró.

—La ley y tus enemigos te buscarán en tierra. Aquí, solo existe mi ley.

 —Usted no me protege. Me coacciona. No hay diferencia entre usted y esos matones de Greco.

 —La hay, mi fiore —dijo él, finalmente girando para mirarla, con la luz tenue de la cabina proyectando sombras en sus rasgos duros y viriles— Ellos te habrían entregado a Stefano para que te torturara. Yo te ofrezco una suite con vista, comida gourmet y cero mentiras. Elige tu veneno con más cuidado, Luciana, no sea que te muerdas la lengua y lo lamentes.

Luciana tragó grueso y dio un paso hacia él. El corazón le latía con furia, pero sus ojos se fijaron en la línea perfilada de su mandíbula. Era atractivo, poderoso y completamente inaccesible.

Desvió la vista, ¡no podía permitirse olvidar quien era el maldito!

—Quiero llamar a Marco. Él puede sacarme de este lío legal.

—Marco es un buen chico. Un policía honesto en un país corrupto. Y eso lo convierte en un objetivo fácil —Dario dio dos pasos, cerrando la distancia y obligándola a levantar la barbilla — Si le llamas, él me atrapará. Stefano te dejará libre, y, cuando estés a salvo, te usará para encontrar lo que tu madre escondió.

 —¡Mi madre fue una víctima!

 —Tu madre era una crítica de arte brillante. Y las críticas de arte, a menudo, tienen la llave de las bóvedas en donde se guardan grandes secretos, Luciana, y tú, eres la heredera de uno.

Luciana respiró hondo, sintiendo el calor que emanaba de su cercanía. El recuerdo del beso robado, violento y electrizante, la invadió. La proximidad forzada estaba haciendo su trabajo, su cuerpo traicionaba a su mente.

 —¿Qué quieres de mí? —siseó— ¿Sexo? ¿Dinero? ¿Qué es lo que tu padre y Stefano Greco buscaban?

La mirada de Dario se endureció.

—No necesito rogar por sexo, supongo que es uno de los beneficios que vienen con el dinero — comentó de forma casual con la mirada perdida en el mar Tirreno — Quiero la verdad que tu madre se llevó a la tumba. Y quiero limpiar mi nombre.

Había un deje de sinceridad en el tono de su voz.

—No me importa el Codex ni el dinero. Me importa que el verdadero homicida, el hombre que me incriminó.

 —¿Y quién es?

 —Tu Padrino. Y te lo voy a demostrar —aseguró.

Dario se dirigió a una pequeña sala de estar dentro de la cabina principal. Luciana lo siguió, sintiendo que cada paso era una rendición. La suite principal era un estudio en la opulencia minimalista, cuero blanco, madera oscura y tecnología oculta.

Sobre una mesa de cristal, Dario había desplegado una tableta. La pantalla mostraba documentos financieros y reportes de vigilancia.

 —Mira esto —ordenó, señalando la pantalla— Este es un informe de envío de hace cuatro años. Contrabando de joyas desde el Este. Mi padre lo rastreó.

Luciana se inclinó, obligada a estar cerca de él. El aFlorencia a sándalo y mar de su piel la golpeó por un momento. Intentó concentrarse en las cifras, no en el hombro firme que rozaba el suyo.

 —No veo nada que lo vincule a Stefano —dijo ella, recorriendo los nombres de las empresas fachada.

 —Mira el código de aduanas —insistió, su voz era exigente— La clave es “Stella Nera”, es el nombre de una joya, era el apodo de mi padre para el Diamante Negro, una joya que los Ferraro perdieron hace décadas. Y mira la cuenta de recepción. No está a nombre de Greco. Está a nombre de una ONG de arte benéfico que él fundó el mismo mes.

Luciana sintió un nudo frío en el estómago. Las ONG de arte son comunes en Florencia, ¿sería una coincidencia?

 —Stefano siempre opera enmascarado. Él no quiere la mancha del contrabando. Mi padre estaba a punto de exponerlo por usar esa ONG para mover sus mercancías cuando fue asesinado. ¿Crees que fue casualidad que tu madre, su socia, fuera asesinada la misma semana, Luciana?

 —¡Mi madre era su curadora, no su socia criminal! — gritó Luciana, golpeando la mesa.

Dario la tomó de la muñeca, deteniendo su ataque con firmeza muy cerca de su rostro, y sus ojos grises eran ahora como el fuego.

—Deja de ser estúpida con tu dolor —sise — Y acepta la posibilidad de que tu madre no fue una santa, fue una mujer ambiciosa que jugó con fuego, ¡Y perdió, y el hombre que la delató para salvar su propio pellejo fue Stefano Greco!

La acusación de que su madre no era inocente la hirió más que cualquier insulto.

—Mi madre me crio con honestidad. ¿Cree que una simple tabla de datos me hará creer en tu papel de víctima?

 —Yo no soy una víctima —replicó Dario, soltando su muñeca— Soy un superviviente. Y soy tu única protección ahora. Stefano te ha traicionado, Luciana. Te ha dado la ilusión de honrar a Gracia, te ha dado un hombro para llorar y un plato en su mesa. Pero lo hizo para controlarte. Para que, cuando llegara el momento, estuvieras lo suficientemente cerca para darle lo que tu madre escondió.

 —¿Y qué escondió? —ella se acercó peligrosamente con rostro desafiante.

Él no apartó la mirada de sus ojos, quería que viera la verdad en ellos, si es que podía.

 —El control total sobre la red de contrabando. Y el medallón, que es la llave de todo. Stefano sabía que yo iría por él. ¡Lanzó el anzuelo en el Palazzo Vecchio con el robo del códex, y tú lo mordiste!

Luciana se sentó, derrotada. La verdad era un laberinto, y Dario parecía ser el único que tenía el mapa.

—Tú sigues siendo un capo. Asesinaste a su padre… —le recordó como si fuera una verdad absoluta.

Dario sonrió con una sonrisa vacía.

—Fui acusado de eso también, y jamás fue probado, al igual que del homicidio de tu madre. ¿Ves el patrón? Stefano crea el caos, apunta a los Ferraro y recoge los restos.

—Quiero ver a Elena —dijo Luciana, cambiando de tema, buscando desesperadamente una verdad neutral — Si tu hermana está viva, puedo interrogarla. Ella fue la última en ver a mi madre con vida.

Dario se quedó en silencio, sus ojos la taladraron.

—Eso no está en el trato.

—¡Entonces no hay trato! Tú eres solo un secuestrador con mejor gusto que Stefano. Si no confío, ¡No me quedo!

La tensión se rompió con un silencio atronador que llenó la cabina. Luciana acababa de desafiar su control, y lo sabía.

 —Confianza —murmuró, la palabra cargada de desprecio— ¿Crees que después de que te salvé de la mano de tu padrino, tienes derecho a pedirme confianza?

Dario se levantó, su gran figura se cernió sobre ella.

Luciana también se levantó demasiado cerca de su pecho, y su furia regresó con fuerza.

—¡Tú no tienes derecho a dictar mi vida! ¡Tú me usaste en Florencia! ¡Eres tan culpable como Stefano! ¡Me habrías dejado morir si no te fuera útil! —cambiando el trato de “usted” al de “tú”.

La acusación de ser cómplice y la negación de su acto de rescate, le dio en el punto más vulnerable, su ego de controlador. La calma de Dario se rompió en un instante.

 —¡Basta! —Su voz resonó, la única vez que había perdido el control desde que ella llegó al yate.

Dario se acercó a ella. No la tocó, pero la presión de su presencia era una pared invisible que sentía como si se le viniera encima para aplastarla, ella pudo entrever por la abertura de su camisa una delgada línea tatuada en latín entre el cuello y su clavícula que decía:

Virtus mea ostenditur, non explicatur.

Mi virtud se muestra, no se explica.

A Luciana le pareció ridículo y antagónico, “hechos, más que palabras”, ¡Pues ahora sus hechos hablaban más que sus palabras al obligarla a estar ahí contra su voluntad!

—Muy bien. ¿Quieres jugar a la desconfianza? ¡Tendrás desconfianza! —Se dirigió a la puerta y la abrio— Esta es la suite principal. Tendrás servicio, comida, y lo que necesites, pero no saldrás de aquí. ¡Y no hablarás con nadie!

Luciana retrocedió y su rostro palideció.

—¡No puedes hacerme esto!

 —Aquí, yo soy el jefe, y mi ley es la única que te importa —Dario caminó hacia la mesa de cristal, recogiendo la tableta y los documentos —Si no confías en mi protección, ¡serás mi rehén!

 —¡Esto un secuestro! —ella protestó— ¡Me lanzaré por la borda!

Dario se detuvo en el umbral de la puerta, la sombra de su cuerpo llenaba el marco.

—Inténtalo. El próximo puerto está a dos días. Y Marco no vendrá a salvarte. Nadie te cree. Eres una fugitiva.

Y salió cerrando la puerta con un sonido seco.

Luciana corrió hacia ella golpeándola fuertemente con los puños.

—¡Dario! ¡Dario, ábrame! ¡Maldita sea! ¡Voy a encontrar una manera de salir de aquí!

Solo hubo silencio. Luego, el sutil y definitivo sonido metálico de una cerradura electrónica deslizándose en su lugar. Clic.

Estaba encerrada. Y sola.

Luciana se desplomó contra la puerta, sintiendo el frío de la madera. La suite era enorme, con un balcón  y vista al mar.

Su mente trabajaba frenéticamente. ¿Cómo escapar?

El balcón estaba demasiado alto para saltar y la puerta estaba blindada.

Su mirada recorrió la habitación, deteniéndose en el escritorio de caoba. La rabia se transformó en una necesidad urgente de rebelión. Si no podía salir, desarmaría la jaula desde dentro.

Se acercó al escritorio, buscando algún indicio, algún interruptor.

Tiró de los cajones. Todos cerrados. Recorrió el borde de la caoba, deslizando los dedos por la madera pulida, buscando una ranura, una llave, un compartimento secreto.

Su mano se detuvo en una esquina del escritorio, cerca de una incrustación de metal oscuro. Apretó.

Un panel de la madera se deslizó, revelando un espacio oculto y estrecho. No había armas ni dinero, sino un único objeto.

Un objeto pequeño y brillante.

Luciana lo sacó temblando. Era una cajita de terciopelo, y dentro...

El medallón. El que usaba su madre. La misma joya que Dario había reclamado en el Palazzo Vecchio.

Luciana sostuvo el medallón en la palma de su mano. Era antiguo, de plata, grabado con un símbolo que no reconoció, un águila con una estrella grabada en su pecho.

Este objeto era una conexión, la prueba irrefutable de que Dario y su madre compartían un pasado, una alianza, o quizás, a un mismo enemigo.

Luciana se sintió abrumada. ¿Esto esto una burla, o la primera pieza de su trato forzado?

Sintió el ardor en sus ojos, levantando el medallón a la luz.

 —No importa si soy tu rehén, Ferraro — susurró al aire— Si este es el mapa, yo encontraré el tesoro. ¡Y cuando lo haga, me vengaré de ti y de Stefano!

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP