Prólogo — Amara
Nunca imaginé volver a este faro abandonado sola, ni mucho menos con la daga entre los dedos. El viejo torreón, astillado por la sal y el tiempo, se alzaba bajo la Luna Carmesí como un centinela cansado, que había presenciado siglos de secretos y tragedias. A cada paso, mis botas resonaban contra la piedra húmeda, y sentía ese susurro antiguo en la sangre: un nombre olvidado que palpitaba en cada runa grabada en el suelo, un eco del pasado que jamás debí haber despertado. Algo más que el deber me había traído hasta aquí: un eco en mi mente vampírica. Mi telepatía —una habilidad que prefiero usar con cautela— me revelaba fisgones furtivos: sombras de lobos y fantasmas de consejeros, todos ávidos de saber si fallaría. Sabía que no debía permitir que mi poder interfiriera tan pronto, pero al cerrar los ojos por un instante escuché un murmullo, tan bajo y cercano que parecía salir de las entrañas mismas del faro: “Amara…” Abrí un ojo para comprobar mis instintos, buscando la fuente del llamado. La runa central vibraba con un fulgor carmesí que se volvía errático, como un corazón a punto de estallar. Mi supervelocidad me permitía moverme en un parpadeo, pero en aquella penumbra, cada paso debía ser calculado, pues el faro, con su arquitectura ancestral, era un laberinto de sombras y trampas invisibles. Con lentitud, extendí la palma y presioné el aire; una exhalación —casi un lamento— me recorrió la garganta, el peso de la tarea que llevaba sobre mis hombros aplastándome. En la penumbra, distinguí una figura que emergió de la niebla con una presencia tan poderosa que hizo que el aire se espesara. Lykos, mi contrapunto lupino, apareció como una sombra a la luz de la Luna Carmesí. Sus ojos rojo brillante recortándose contra la niebla, buscando cada rincón, cada amenaza. El contraste entre su fuerza y mi fragilidad vampírica era palpable, aunque no era la fuerza lo que me atemorizaba. —Ya llegas tarde —susurré, más a mí misma que a él—. El sello se debilita. Sin respuesta, él dio un paso adelante, la mirada fija en el centro del faro, donde las runas seguían su errática danza. Su estatura era imponente: cada músculo de su cuerpo irradiaba fuerza bestial, una fuerza primitiva y antigua. La mirada de Lykos, dura como la roca, escondía algo más que desafío. Algo que no quería reconocer, pero que sentía profundamente en mi pecho: una atracción peligrosa, una conexión marcada por el destino. En ese momento, el faro pareció cobrar vida, y las ruinas que lo rodeaban se hicieron más amenazantes. La Luna Carmesí, como siempre, parecía vigilar cada uno de nuestros movimientos. Prólogo — Lykos El primer rugido de la Luna Carmesí siempre me arrancaba del sueño más profundo, un sonido primitivo que recorría mis venas y despertaba lo mejor y lo peor de mí. Mi pelaje se erizaba antes de que mi mente consciente comprendiera el porqué: un llamado urgente. Una vez que llegué al acantilado y vi el faro en ruinas, mis ojos rojo brillante, sello de mi estirpe alfa, se posaron inmediatamente en Amara. Nunca antes la había visto tan tensa, tan mortal, como si el peso del destino cayera sobre sus hombros. Mis sentidos de lobo estaban al máximo, más afinados que nunca. El olfato me permitió oler el miedo de los vampiros acechando en los recovecos cercanos, su curiosidad y desconfianza tan densas como la niebla que urgía sellar. Mi oído captó el eco de cada gota que caía, amenazando con romper la concentración que ambos compartíamos. Con paso firme, ascendí la escalera de caracol, sorteando trozos de muro desgastados por el mar, sintiendo cómo el peso del lugar parecía hundir mis pasos en el mismo suelo que Amara había tocado. —Tu velocidad me tomó por sorpresa —musité con una sonrisa ladeada, intentando aligerar el ambiente cargado de tensión. Ella me devolvió la mirada, sus ojos morado brillante cargados de autoridad y, a la vez, una promesa peligrosa. Su aura vampírica, aun en la penumbra, irradiaba peligro y una fuerza tan palpable que la sentí como un latido en mi pecho. Sabía que aquella noche la necesitaba... más de lo que podía admitir.