El amanecer en Luminaria había sido más frío que de costumbre. La bruma se arremolinaba sobre las laderas cercanas, mientras el sol, tímido, comenzaba a colarse entre las nubes pesadas, tiñendo el cielo de un gris pálido que prometía un día cargado de presagios. Desde la ventana más alta del faro, Amara observaba el horizonte con los ojos violetas brillantes, más intensos por la preocupación que había empezado a anidar en su corazón desde que Elandir había pronunciado aquel nombre: Sahrak.
El aire dentro del faro estaba impregnado del aroma de incienso de mirra y salvia que Vania había encendido en cada rincón, buscando purificar no solo el espacio, sino las mentes inquietas que pronto se reunirían para decidir el destino de Luminaria. La luz dorada de las velas temblaba con las corrientes suaves de aire, proyectando sombras que parecían