La barcaza principal, Luz de Alba, avanzaba silenciosa sobre las aguas calmas, casi como si deslizara sobre un espejo líquido. La luna, aún joven, se reflejaba tenuemente sobre el mar, mientras la bruma se arremolinaba lenta alrededor de las velas desplegadas, creando un ambiente cargado de misterio y tensión.
El aire estaba frío, con ese olor salino que cortaba la piel y mezclado con un dejo metálico que erizaba la piel de los guardianes. Vania se mantenía alerta en la proa, sus ojos violetas escudriñando las sombras entre la niebla. A su lado, Lykos respiraba hondo, absorbiendo cada aroma, cada pequeño cambio en el ambiente con la agudeza propia de un lobo en guardia.
—Aquí no hay viento —susurró Vania, su voz apenas un hilo mientras miraba las velas inertes—. Es como si el mar contuviera la respiración... esperando.
Un silencio pesado se instaló entre los gua