Capítulo 30: Falsas verdades
La oficina de Elijah McMillan olía a cuero caro, a whisky añejo y a secretos antiguos. Un espacio diseñado para intimidar, no para recibir visitas. Las estanterías de caoba impecable, los ventanales altísimos que dejaban filtrar una luz dorada como de vitral sagrado, y el escritorio monumental al centro… todo hablaba de poder. De control. De dominio absoluto.
Elijah estaba allí, como un emperador esperando a un emisario caído en desgracia. Tenía una copa en la mano, el rostro sereno y los ojos alerta. No sonreía, pero su expresión exudaba superioridad.
—Sabía que vendrías —dijo, sin necesidad de alzar la voz.
Olivia Walton no respondió de inmediato. Entró al despacho como si cruzara un campo minado, con el dossier apretado contra el pecho y la mandíbula tensa. Cada paso suyo sobre el suelo de mármol resonaba como un latido en la sala enmudecida.
—Entonces también sabrás por qué estoy aquí —dijo finalmente, clavándole la mirada.
Elijah apoyó la copa sobre