El primer rayo de sol se filtró tímido entre las cortinas de lino, tiñendo la habitación de un cálido resplandor dorado. La cabaña permanecía envuelta en un silencio apacible, roto apenas por el canto lejano de unos pájaros y el murmullo del viento que acariciaba los árboles alrededor. Afuera, la brisa aún olía a tierra húmeda y a pino fresco. Era temprano. El mundo aún bostezaba.
Maximiliano abrió los ojos lentamente, con una sensación de paz que pocas veces había experimentado. A su lado, Ana Lucía dormía profundamente, enredada en las sábanas, con una mano apoyada sobre su pecho y la respiración pausada. Su cabello caía desordenado sobre la almohada, y sus labios entreabiertos mostraban una expresión de plena serenidad.
Sonrió, sin hacer ruido, y deslizó suavemente la mano de ella de su torso para poder levantarse. Se puso unos pantalones de algodón y, sin hacer el menor ruido, salió de la habitación, decidido a darle una sorpresa.
En la cocina de la cabaña, el aire olía a madera s