Mientras Ana Lucía seguía en lo suyo junto a Julieta. En la mansión todo parecía más grande de lo normal sin Ana Lucía. Los techos altos, los amplios ventanales y los pasillos pulcros reflejaban una quietud que no era natural. A pesar de la luz que se colaba a raudales por las cortinas de lino blanco, había una especie de vacío suspendido en el ambiente. Hasta el aroma habitual a lavanda y canela parecía más tenue. Como si también extrañara a quien lo llevaba en la piel.
Emma caminaba por el pasillo arrastrando una manta color rosa pastel que dejaba un rastro detrás de sus pasos. Su cabello estaban un poco desordenados y sus ojitos reflejaban un leve brillo triste. Al llegar a la sala, se encontró con su papá, sentado en el sofá frente a su portátil, tecleando sin mirar.
—Papá —dijo ella, con su voz suave pero decidida.
Maximiliano levantó la vista. Tenía la camisa remangada y el nudo de la corbata flojo. A su lado, una taza de café ya frío y un montón de papeles desordenados.
—¿Sí, p