Capitulo 32

La noche seguía encendiendo sobre la ciudad como un manto aterciopelado, y en lo alto de la colina, la mansión Santillana brillaba con luces cálidas que filtraban destellos dorados a través de sus amplios ventanales. Las copas de los árboles, meciéndose con la brisa templada de la tarde, rozaban suavemente los muros, y el rumor de las fuentes en el jardín era apenas un susurro en el silencio expectante del hogar.

Maximiliano estacionó su coche con movimientos pausados. Sus dedos tamborileaban sobre el volante con ansiedad contenida. El día había sido largo, cargado de tensión, con Mariela, con los negocios, con él mismo. Sin embargo, su mente, por alguna razón que aún se resistía a nombrar, no dejaba de regresar a un solo nombre.

Ana Lucía.

Al entrar al recibidor de la mansión, lo primero que notó fue el olor familiar a madera pulida, jazmín y lavanda. Y entonces, la vio.

Allí estaba ella.

Ana Lucía.

De pie, junto al ventanal, en medio del recibidor iluminado por la suave luz de las l
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