No había esa electricidad que le sacudía el pecho. No estaba el temblor en sus dedos. No sintió el vértigo, ni las ganas de perderse en ella. Solo estaban sus labios, y el peso de la costumbre.
Cuando Mariela intentó profundizar el beso, él la tomó de los brazos y se separó.
—Basta.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, desconcertada.
Maximiliano se pasó una mano por el rostro, frustrado.
—No es un buen momento, Mariela. Estoy agotado y necesito concentrarme en el trabajo. Tenemos reuniones importantes hoy.
Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y orgullo herido.
—Creí que querías arreglar las cosas.
—Todo está bien.
Mariela entrecerró los ojos, analizando sus palabras con frialdad. Luego esbozó una sonrisa dulce, demasiado dulce.
—Está bien, Max. No voy a forzarte. Entiendo que estás estresado. Solo vine a recordarte que sigo aquí. Y que esta vez… no voy a rendirme tan fácil.
Se inclinó y le dio un beso fugaz en la comisura de los labios.
—¿Nos vemos esta noche?
Maximiliano dudó. Su primer in