El reloj de la cocina marcaba las cinco con diecisiete. Emma estaba un poco entretenida viendo su programa favorito después de una siesta, pero sabía que en cualquier momento le pediría que la sacara al jardín y aún no hablaba con su jefe para saber si ya se le había olvidado todo.
Falta nada para qué terminará el programa, cuando Ana Lucía, con los nervios de punta, tomó el teléfono. Dudó unos segundos. Se pasó los dedos por el cabello para alisarlo un poco, como si él pudiera verla del otro lado. Luego, marcó.
El tono sonó una vez, dos…
—¿No sabe la señorita que no se debe interrumpir a un hombre en plena jornada laboral? —contestó la voz profunda de Maximiliano con tono burlón, apenas disimulando la sonrisa.
Ana Lucía sonrió también, pero con burla aunque sus palabras salieron con firmeza.
—Solo llamé para decirle que sacaré a Emma al jardín.
Hubo un breve silencio del otro lado, como si él no esperara esa petición directa.
—Está castigada —respondió finalmente Maximiliano, acomodá