La noche era pesada y silenciosa, rota solo por el leve eco de sus pasos mientras Nicolás y Ricardo avanzaban por los callejones oscuros y estrechos que rodeaban el almacén. La adrenalina comenzaba a disiparse, dejando espacio para la fatiga y el dolor que, hasta ese momento, Nicolás había logrado ignorar. La herida en su abdomen sangraba, y aunque no había tiempo para evaluarla, el ardor le recordaba que su cuerpo estaba al límite. Aun así, su mente seguía enfocada en un solo objetivo: no detenerse hasta desenmascarar a quien estaba detrás de esta emboscada.
Ricardo lo observó con preocupación al notar cómo su jefe se tambaleaba.
—Jefe… esa herida… tenemos que atenderla antes de que pierda más sangre —dijo en un tono grave—. No llegará muy lejos si seguimos así.
Nicolás apretó los dientes, decidido a no mostrar debilidad.
—No importa… Hemos pasado por cosas peores. Pero… tienes razón. Busquemos un lugar seguro. Ya han visto que no soy tan fácil de eliminar —respondió, mientras apoyab