La noche era oscura y silenciosa, pero la tensión era palpable mientras Nicolás y Aitana intentaban escapar de lo que sabían sería su enfrentamiento final. La ciudad parecía respirar a su alrededor, un monstruo dormido que pronto se despertaría al caos. Habían llegado al coche, los motores estaban listos, pero el destino tenía otros planes.
Los vehículos de Adrián no tardaron en alcanzarlos. A lo lejos, los faros iluminaban el callejón como si fueran cazadores que ya habían encontrado a su presa.
—¡Rápido, entra! —gritó Nicolás mientras abría la puerta del coche para Aitana.
—¡Nos siguen! —respondió Aitana, la mirada fija en los destellos de las luces que se acercaban a toda velocidad. Su respiración era irregular, como si ya pudiera sentir el peso del peligro que se cernía sobre ellos.
El coche arrancó con un rugido, pero los vehículos de Adrián no se quedaban atrás. Las calles se convirtieron en una trampa mortal, y lo que parecía un escape simple se transformó en una persecución fr