Capítulo 2: Las Reglas del Hielo y un Compromiso Impuesto
El sonido del bolígrafo de Alexander Volkov chasqueando al firmar el contrato resonó en el silencio. Un eco final que sellaba el destino de Ava, su alma vendida al mejor postor. No hubo apretón de manos, ni una mirada de empatía. Solo una inclinación de cabeza casi imperceptible de su parte, como si Ava fuera una pieza más en un engranaje bien lubricado. —Mi asistente le entregará una copia del contrato, señorita Miller —dijo Alexander, su voz regresando a su habitual tono de negocios—. Una vez que lo revise, se le proporcionará acceso a la cuenta bancaria para la transferencia inicial. La mudanza a la residencia Volkov se coordinará para mañana mismo. Espero que cumpla su parte del acuerdo con la misma eficiencia con la que lo he hecho yo. La boca de Ava se sintió seca. ¿Mañana? Tan pronto. No había tiempo para procesarlo, para lamentarse, para nada que no fuera un avance implacable hacia su nueva, y forzada, realidad. —Entendido, señor Volkov. —Perfecto. Agatha se encargará de los detalles. Mis abogados se pondrán en contacto con los suyos para agilizar los trámites legales. Buenas tardes, señorita Miller. Con esa frase, Alexander se levantó y se dirigió de nuevo a su oficina, cerrando la puerta con una suavidad que parecía definitiva. Era una despedida fría, tan escueta como su propuesta. Agatha, que había observado toda la escena con una mezcla de lástima y profesionalismo, se acercó a Ava. —Ava, querida, sé que esto es mucho para asimilar. Pero es una oportunidad única, ¿verdad? —Su tono era un intento de consuelo, aunque sonaba un poco forzado en el aséptico ambiente de la oficina. —Sí —susurró Ava, con la voz ronca. Agatha le entregó un documento. —Aquí tienes el contrato. Léelo con calma. Es extenso, pero esencialmente lo que el señor Volkov te ha explicado. También te he anotado la dirección y hora para mañana. Un chófer te recogerá. —Su mirada se suavizó—. Sé que Alexander puede parecer intimidante. Pero es un buen hombre en el fondo. Solo que su vida no ha sido fácil. Ava asintió, recogiendo el documento con manos temblorosas. ¿Un buen hombre? La frase sonaba tan absurda viniendo de alguien que vivía en un castillo de hielo. —Gracias, señora Agatha. —No hay de qué, cariño. Y por favor, llámame solo Agatha. Ahora, si me disculpas, tengo algunas llamadas que hacer. Agatha se dirigió a su escritorio, dejando a Ava sola en la inmensa oficina, con el peso del contrato en sus manos. Salió del edificio con una sensación de irrealidad. El sol de la tarde le pareció demasiado brillante, los sonidos de la ciudad demasiado estridentes. La gente seguía su rutina, ajena al abismo que acababa de tragarla. Llamó a Lena, quien contestó con un grito ahogado de expectación. —¡¿Y bien?! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Aceptaste?! ¡¿Cómo es él en persona?! —Lena bombardeó las preguntas, su emoción casi palpable a través del teléfono. —Acepté, Lena. Y es exactamente como las revistas lo pintan. De hielo. —Ava sintió un escalofrío al recordar los ojos de Alexander—. Me mudo mañana a su casa. Esto… esto es una locura. Lena soltó un chillido. —¡No puedo creerlo! ¡Mi mejor amiga se va a casar con un billonario! ¡Esto es como en esas novelas que leemos! ¡Pero mejor, porque es la vida real!. Ava no pudo compartir su entusiasmo. La realidad se sentía mucho más sombría. —No es un cuento de hadas, Lena. Es un contrato. Cero dramas, cero emociones, cero complicaciones. Y lo más importante, no enamorarse de él. Hubo un momento de silencio por parte de Lena. —Bueno, eso es más difícil de lo que parece. Pero míralo así: tienes un techo, tus deudas saldadas. Podrás recuperar la casa familiar. ¡Lo más importante es que estarás a salvo! A salvo. La palabra sonaba reconfortante, aunque el precio fuera su libertad emocional. —Sí. A salvo. Esa noche, en la casa que estaba a punto de perder, Ava se sentó a leer el contrato. Las cláusulas eran interminables, un lenguaje legal frío y calculador. Detallaba responsabilidades sociales, apariencias públicas, límites de interacción con otras personas, e incluso una cláusula sobre la intimidad (o la falta de ella, salvo por motivos de procreación, que le revolvió el estómago). El matrimonio era un mero acuerdo comercial, una farsa sin espacio para la calidez, para nada humano. De repente, de entre los documentos, un sobre más grueso se deslizó. No tenía el logo de Volkov Corporation, pero era del mismo color que el contrato. Curiosa, Ava lo abrió. Dentro no había más textos legales, sino una serie de fotografías antiguas. La primera era de Alexander de niño, sonriendo, con el cabello alborotado y una bicicleta. En otra, aparecía con su madre, una mujer que lucía idéntica a él. Pero la última fotografía la dejó sin aliento. Era una foto de ella misma, de niña, de apenas cinco años, sentada en las rodillas de su padre. Él la abrazaba con cariño mientras le señalaba algo en el cielo. La fotografía no era suya, era de Alexander. ¿Cómo era posible? Se le revolvió el estómago. ¿De dónde la había sacado él? Pero el verdadero impacto no estaba en la imagen de ella misma, sino en otra figura que se erguía detrás de su padre. Un hombre corpulento y con una sonrisa amable, era el mismo chófer que había de llevarla a la mansión. ¿Qué significaba esto? ¿Qué conexión tenía Alexander con su pasado y con su padre, a quien creía muerto?. Se quedó dormida entre cajas de recuerdos y la cama que su abuela le había regalado, sintiendo el eco de una vida que se desvanecía. Al despertar, el sol apenas se asomaba, y una sensación de náuseas la invadió. Hoy era el día. El día en que su vida, tal como la conocía, terminaría para empezar una nueva, bajo las reglas de un desconocido. El chófer, el mismo de la fotografía, llegó puntual a las ocho.Ava lo miró con atención, buscando en su rostro algún indicio de familiaridad. Era él. El hombre de la foto. Pero él no dio señales de reconocerla. Fingió no saber. ¿También él formaba parte del secreto? Ava subió al lujoso coche con una pequeña maleta, el resto de sus pertenencias ya habían sido enviadas a un almacén. Mientras el coche se alejaba de su antigua casa, no pudo evitar que una solitaria lágrima se deslizara por su mejilla. No era solo la casa lo que dejaba atrás, sino una parte de sí misma. El viaje fue corto, pero cada metro parecía alejarla más de su realidad. La mansión Volkov era imponente, una fortaleza de cristal y piedra oculta tras altos muros y una verja electrificada. Jardines inmaculados se extendían a su alrededor, diseñados con una perfección que parecía exigir sumisión.Una vez dentro, el tamaño de la casa la abrumó. Era un laberinto de pasillos, salas y escaleras, todas decoradas con una elegancia fría y minimalista. No había fotos familiares, ni objetos personales que dieran vida al espacio. Era una galería de arte moderno, un testimonio del poder y el gusto impecable, pero carente de alma. Agatha la recibió en la entrada, con una sonrisa tranquilizadora. —Bienvenida a su nuevo hogar, Ava. Alexander ya se ha ido a la oficina. Me ha pedido que te muestre la casa y te explique el funcionamiento. El recorrido fue abrumador. Alexander vivía solo en esta inmensa mansión, atendido por un ejército de personal casi invisible. Le mostró su habitación, una suite espaciosa con vistas a los jardines. Era lujosa, pero impersonal, como una habitación de hotel de cinco estrellas. Un baño inmenso, un vestidor que podría albergar una tienda. Todo demasiado grande, demasiado vacío. —Estas son las alas comunes —explicó Agatha, señalando una serie de salones, bibliotecas y comedores—. Y esta es el ala privada del señor Volkov. Por favor, solo accede si él te lo permite o te llama. La última indicación fue clara: aquí vivía con un extraño, y las fronteras de su espacio personal estaban estrictamente definidas. Era una prisionera de oro, un lujo en una jaula. —Por la tarde, el señor Volkov regresará para la cena. Es importante que estés lista. Él valora la puntualidad. —Agatha le dio una sonrisa tensa. —Y, por supuesto, debemos empezar a planificar las apariciones públicas. Habrá eventos, galas, cenas de negocios. Todo para afianzar el acuerdo de fusión. Serás su pareja perfecta. Ava se sentó en el borde de la cama, sintiendo la suave tela del edredón bajo sus dedos. La palabra "perfecta" resonaba en su cabeza. ¿Cómo podía ser perfecta para un hombre que no parecía tener un gramo de imperfección en su ser?,¿Cómo podía simular una relación con alguien tan hermético?. La tarde pasó lentamente. Ava desempacó su pequeña maleta, sus modestas prendas se veían ridículas en el vasto vestidor. Intentó familiarizarse con la casa, pero cada rincón le recordaba la ausencia de calidez. El silencio era ensordecedor, roto solo por el suave murmullo del personal de servicio en la distancia. Cuando el reloj marcó las siete, Ava se preparó para la cena. Se puso el mismo vestido negro que había usado el día anterior. No tenía muchas opciones. Se recogió el cabello, mirándose en el espejo. Su rostro estaba pálido, sus ojos reflejaban una mezcla de ansiedad y una extraña determinación. Esta era su nueva normalidad. Tendría que aprender a bailar al ritmo de la frialdad de Alexander Volkov.El sonido de un coche deteniéndose en la entrada de la mansión. Alexander había llegado. Ava sintió un nudo en el estómago. El telón se alzaba. La obra de su matrimonio forzado estaba a punto de comenzar, y ella era la protagonista de un drama donde el amor era una cláusula estrictamente prohibida. La puerta principal se abrió, y el eco de unos pasos firmes resonó en el vestíbulo. El CEO de hielo estaba en casa.