Capítulo 6: La Sombra en la Fotografía
El aire de la mansión, ya de por sí helado , se volvió un manto asfixiante, como si las paredes hubiesen absorbido su miedo para devolvérselo multiplicado. Las palabras de Agatha resonaban en la mente de Ava, golpeando con una cadencia implacable, cada eco más pesado que el anterior. El blog, el hombre de la foto. Su padre. Todo parecía unido por un hilo invisible que ahora se tensaba, como una cuerda que amenazaba con romperse en cualquier momento. Ava se quedó paralizada en el umbral de su suite, con la mano aferrada al marco de la puerta. El corazón le golpeaba las costillas con una furia silenciosa y cada latido le traía un frío más profundo en las venas. —¿Agatha…...qué demonios estás diciendo? —preguntó finalmente, su voz quebrada en un susurro ronco, como si temiera que pronunciarlo en voz alta hiciera más real lo que estaba escuchando. La anciana, con el rostro pálido y una mano presionada contra el pecho, la miró como si estuviera debatiéndose entre hablar o guardar un secreto que no debía salir de sus labios. —Tranquila, querida —dijo al fin, aunque su tono distaba mucho de sonar calmado—. El señor Alexander ya está lidiando con eso. Lo importante es que mantengas la calma. Pero la fotografía es la misma que encontraste, ¿verdad? La de tu padre con el señor. Se detuvo. Las palabras parecían atragantársele. El nombre, ese nombre, era como una serpiente venenosa que se negaba a pronunciar. Ava sintió que la desesperación le apretaba la garganta. Dio un paso al frente, acortando la distancia con Agatha, su mirada fija y exigente, buscando cualquier rastro de verdad en los ojos cansados de la mujer. —Dime. ¿Quién es el hombre en la fotografía? El que está con mi padre. ¿Qué tiene que ver con Alexander? Agatha bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de la pregunta. Su voz tembló cuando habló. —Era…..era un socio del padre del señor Alexander. Un hombre poderoso, pero con una reputación dudosa. Al principio, se creía que era solo un colega de negocios pero la verdad….... la verdad es que era un traidor. Las palabras atravesaron a Ava como un cuchillo sacado de dentro de un inceberg ,(por así decirlo). Un traidor. Esa palabra no encajaba con la imagen que tenía de su padre, el hombre que había sido su refugio y su héroe. —¿Qué traición?, ¿A quién? —susurró, sintiendo cómo el miedo se mezclaba con una rabia contenida. desde el fondo de su interior. Agatha guardó silencio. Su rostro se endureció, como si incluso recordar el hecho le resultara muy peligroso. —No puedo decir más, querida. El señor Alexander me prohibió hablar del tema. Él es el único que puede contarte la verdad. Pero te advierto esa verdad es peligrosa. El aviso sonó más como una sentencia que como una advertencia. Sin embargo, lo único que consiguió fue avivar el fuego en Ava la curiosidad, el hambre de respuestas y la necesidad de limpiar la memoria de su padre ardían más que cualquier miedo. No podía dejar que Alexander siguiera controlando la historia. Ya no se conformaría con ser la esposa perfecta que él mostraba al mundo. Ahora sería algo más: una cazadora de secretos. El resto del día se convirtió en una sucesión borrosa de momentos. Se preparó para la sesión de fotos como un autómata, dejando que maquilladores y estilistas trabajaran sobre ella mientras su mente estaba en otro lugar. Cada gesto, cada sonrisa ante la cámara, era una mentira calculada. Alexander se movía a su alrededor con una frialdad impecable. Medía cada ángulo, corregía cada postura, como si ella fuera una pieza más de su colección privada. En un momento de la sesión, su mano se posó en su cintura y se inclinó lo suficiente para que su voz le rozara el oído. —Sonríe, Ava. Con más calidez ,omo si lo amaras desde hace tiempo. Ella se obligó a hacerlo, a curvar los labios con delicadeza, pero sus ojos gritaban un mar de preguntas que él, quizá, no alcanzaba a leer o que prefería ignorar entonces. Entre ellos, la farsa se había transformado en un tablero de ajedrez donde cada movimiento tenía un precio. Y sin darse cuenta, Ava ya había hecho el suyo. Esa noche, cuando la mansión quedó sumida en el profundo silencio, Ava intentó dormir. Pero las sombras no la dejaban. En su mente, las imágenes se mezclaban: el rostro de su padre, el de Alexander, el del traidor desconocido. Sentía que el pasado y el presente chocaban con violencia, y que ese choque estaba a punto de arrastrarla a un abismo. Se levantó, incapaz de soportar la inercia, y se cubrió con una bata. Caminó por los pasillos iluminados por la tenue luz de las lámparas nocturnas, sintiendo que cada paso la llevaba más cerca de algo irreversible. La biblioteca de Alexander estaba encendida y no lo dudó. El estudio olía a libros viejos y a la fragancia inconfundible de él: sándalo, cuero y un matiz metálico que no sabía explicar. La luz de la luna se colaba por las ventanas altas, bañando el escritorio de Alexander, vasto y pulcro como un altar erigido a sus secretos. Ava se acercó. No sabía qué estaba buscando, pero sentía que lo reconocería en cuanto lo viera: un archivo, un documento, una carpeta marcada con una verdad prohibida que contuviera algo muy valioso. Un ruido detrás de ella la obligó a girar. Alexander estaba en el umbral, su figura recortada contra la penumbra. No dijo nada ,ni una palabra y no necesitaba hacerlo. La tensión llenó el aire como una cuerda a punto de romperse.Ella ya lo había desafiado y él lo sabía.