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Capítulo 3: La Primera Cena y la Tensión Silenciosa

Capítulo 3: La Primera Cena y la Tensión Silenciosa.

El eco de los pasos de Alexander Volkov en el vestíbulo fue el preludio de la tormenta silenciosa que se avecinaba. Ava, sintiéndose una intrusa en el vasto espacio, se enderezó, tensa. Dejó de ser la Ava vulnerable de antes para adoptar la máscara de la "esposa perfecta" que el contrato exigía. Se recordó a sí misma que aquello no era un hogar, sino un set de filmación, y que debía interpretar su papel con la mayor credibilidad posible.

Alexander entró al comedor, un espacio opulento con una larga mesa de caoba que podría albergar a una docena de personas. Él, sin embargo, se sentó en un extremo, dejando un abismo de distancia entre ellos. Ava tomó asiento en el otro, sintiéndose más sola que nunca. Él llevaba un traje impecable y su rostro era la misma máscara de frialdad que Ava recordaba de las revistas. Sus ojos de acero pasaron por ella por un instante, sin detenerse, como si estuviera evaluando una pieza de mobiliario.

La cena comenzó en un silencio opresivo. Un mayordomo, tan invisible como eficiente, servía los platos. Sopa de calabaza, luego un pescado delicadamente preparado. El olor a alta cocina contrastaba con la atmósfera tan fría. Ava se forzó a comer, aunque cada bocado era difícil de tragar. Intentó romper el hielo, aunque sabía que era una causa perdida.

—La casa es muy impresionante, señor Volkov.

Alexander levantó la vista de su plato, y sus ojos se posaron en ella. No había calidez, ni curiosidad, solo una evaluación analítica. —Es funcional, señorita Miller. Y, por favor, llámeme Alexander.

Ava sintió un escalofrío. La forma en que pronunciaba su nombre era una orden, no una invitación. "Alexander", repitió, el nombre sintiéndose extraño en su lengua.

—Me gusta el diseño minimalista. Muy moderno.

—Eficiente —corrigió él, volviendo a su plato—. El minimalismo reduce la distracción. La eficiencia es clave en todos los aspectos de mi vida, incluyendo el hogar.

La conversación murió ahí. Ava se dio cuenta de que no había preguntas sobre ella, su día o sus sentimientos. Para él, ella no era una persona, sino un contrato viviente. Comprendió que su papel no era entablar conversación, sino existir en su órbita, ser una figura decorativa. El aire se hizo pesado con el silencio, solo interrumpido por el leve tintineo de los cubiertos.Después de la cena, Alexander se levantó de la mesa sin una palabra y se dirigió a una biblioteca adyacente. Ava se quedó sentada, sintiendo la soledad como una manta de plomo. Finalmente, Agatha se acercó a ella con una expresión de disculpa.

—Lo lamento, querida. El señor Volkov no es muy conversador.

Ava asintió, una sonrisa triste en sus labios. —Lo he notado.

—No lo tome personal. Es su manera de ser. El señor Alexander ha tenido una vida difícil. Perdió a sus padres muy joven y tuvo que tomar las riendas de la empresa familiar. Creció sin calidez. Y no confía en nadie.

Las palabras de Agatha no excusaban la frialdad de Alexander, pero daban un vistazo a la armadura que llevaba. Una armadura forjada en el dolor y la soledad. Ava sintió una punzada de lástima, pero la reprimió de inmediato. El contrato era claro: cero emociones.

—Mañana comienza su verdadero rol, querida —continuó Agatha—. Habrá una conferencia de prensa a primera hora de la mañana para anunciar la fusión y, por supuesto, su compromiso. Su estilista la esperará a las cinco de la mañana para prepararla.

Cinco de la mañana. Ava se sintió exhausta con solo pensarlo. La vida de una esposa de un billonario era, al parecer, más exigente que la de una camarera.

°••°•°•°•°•La Cacería de la Verdad°•°•°•°•°•°•

Esa noche, en la inmensa cama de la suite, Ava no pudo dormir. El silencio de la mansión era tan profundo que le parecía atronador. Se sentía como una extraña en su propia vida. La imagen de Alexander, con su rostro impasible y sus ojos de acero, se repetía en su mente. Era un enigma, una pared infranqueable. Pero, a pesar de su frialdad, había algo en él, una sombra de soledad que Ava creía haber vislumbrado. ¿Era su imaginación o había una herida profunda detrás de esa coraza?

Cuando el reloj de la mesilla marcó la una de la madrugada, Ava se rindió. Se levantó, se puso una bata y decidió explorar la casa. El silencio le ofrecía la oportunidad de moverse sin ser vista. Caminó por los pasillos, pasando por obras de arte que valían más que todo su patrimonio. Los ventanales ofrecían una vista de las luces de la ciudad que titilaban como diamantes.Llegó a la biblioteca, la misma donde Alexander se había retirado después de la cena. La puerta estaba entreabierta y la luz aún encendida. La curiosidad de Ava pudo más que su cautela. Se asomó con cuidado.Alexander estaba sentado en un sillón de cuero, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Su postura era de una fatiga profunda, una rendición que contrastaba con su porte imponente. Una botella de whisky a medio vaciar descansaba en una mesa auxiliar. Era una imagen que Ava nunca hubiera esperado ver: el gran Alexander Volkov, el hombre que lo tenía todo, luciendo tan dolido.

Ava se quedó helada. Estaba presenciando un momento de vulnerabilidad que no le correspondía ver. No sabía qué hacer,no podía retirarse sin hacer ruido y no se atrevía a entrar. Se quedó ahí, como una intrusa en la intimidad de un desconocido.

De repente, Alexander levantó la cabeza y sus ojos, aún fríos pero ahora velados por el alcohol y el cansancio, se encontraron con los de Ava. Su expresión no cambió, pero hubo un reconocimiento. El silencio se prolongó, tenso y cargado de un significado que Ava no podía descifrar.

—¿No puede dormir, señorita Miller? —Su voz era ronca, diferente a la del día.

—No... no podía —susurró ella, sintiéndose una intrusa—. Perdón, yo no......no quería molestar.

Él no respondió, solo la miró fijamente. Era un escrutinio que parecía atravesarla, desnudando cada una de sus inseguridades. Ava sintió un rubor en las mejillas. No era por vergüenza, sino por la intensidad de su mirada.

Finalmente, Alexander se levantó con un movimiento lento, como si el cansancio le pesara. Se acercó a ella, y Ava dio un paso atrás por instinto. Él se detuvo a pocos centímetros de ella, su aliento con un ligero olor a alcohol en su rostro. La diferencia de altura los hacía parecer ridículamente dispares.

—Las reglas —dijo, con la voz baja—. Son para mantener las cosas simples, señorita Miller. No para complicarlas. Mantenga su distancia, y no habrá problemas. En seis meses, esto habrá terminado y será libre de hacer lo que quiera.

Era una advertencia, una promesa y un recordatorio doloroso de la naturaleza de su relación. En seis meses, sería libre. La perspectiva debería haberla llenado de alivio, pero en ese momento solo sentía la amargura de que el hombre que tenía delante era un extraño para ella, y que lo seguiría siendo.

—Entendido, Alexander —respondió, su voz apenas un suspiro.

Él asintió, sin una pizca de emoción. —Bien. Ahora, vaya a dormir. Tenemos un día largo mañana.

Con esas palabras, se dio la vuelta y volvió a su sillón, dejando a Ava sola en el umbral de la biblioteca. Ella se retiró, sintiendo que la había despedido de su presencia. De vuelta en su habitación, se sentó en el borde de la cama, el corazón latiendo con fuerza. Vio una faceta de Alexander que la prensa nunca mostraba, un lado cansado y solitario que la confundía. Por un instante, solo por un instante, se preguntó si el hielo era una protección, no una naturaleza. Pero el contrato era claro: cero emociones. Y ella, con su corazón roto y su dignidad herida, no podía permitirse la debilidad de sentir compasión por él. Tenía un papel que interpretar, y no podía permitirse olvidar por qué lo hacía.

Al volver a su cama, su mirada cayó en la fotografía de su padre. La tenía escondida bajo el colchón, un recordatorio constante de la verdadera razón de su presencia en la mansión. El rostro de su padre, al que creía muerto, se mezcló en su mente con la imagen agotada de Alexander. Se dio cuenta de que no estaba allí solo para salvar su casa, sino para descubrir la verdad. El contrato era su jaula dorada, sí, pero también era su pasaje de entrada a un laberinto de secretos. Y en el centro de ese laberinto, estaban su padre y Alexander, unidos por un hilo invisible.

La pregunta que la había atormentado desde el principio se hizo más urgente. ¿Qué sabía Alexander? Y, lo más importante, ¿estaba dispuesta a arriesgar su vida y su corazón para encontrar la respuesta? .Tenía que ser más que una esposa trofeo; debía ser una cazadora de la verdad. Mañana, la conferencia de prensa y el inicio de la farsa. Pero para Ava, también sería el inicio de una búsqueda peligrosa. Se acurrucó en la inmensa cama, sintiendo la adrenalina y el miedo mezclarse. Sabía que no había vuelta atrás. La única salida de esa jaula era desenterrar los secretos que la mantenían atrapada. La verdadera partida de ajedrez apenas acababa de empezar.

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