Início / Romance / El CEO de Hielo y Mi Contrato de Matrimonio / Capítulo 4: El Anuncio de la Farsa y la Máscara de la Perfección
Capítulo 4: El Anuncio de la Farsa y la Máscara de la Perfección

Capítulo 4: El Anuncio de la Farsa y la Máscara de la Perfección

El sonido estridente del despertador a las cinco de la mañana no fue lo que sacó a Ava de su letargo. Fue la ansiedad, un nudo frío en el estómago que le recordaba la farsa que estaba a punto de comenzar. La noche en vela, la imagen de Alexander en la biblioteca, todo se mezcló en un torbellino de emociones contradictorias. Se levantó sintiendo que no había descansado nada en absoluto.

Cuando la estilista llegó, puntual como un reloj, Ava se sintió un objeto más en la vasta mansión. La mujer, una profesional de modales impecables, la examinó con ojo crítico.

—El señor Volkov ha dejado instrucciones muy precisas —dijo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Algo sofisticado, pero clásico. Discreto, pero deslumbrante.

Ava se dejó llevar, sintiéndose como una muñeca en las manos de una experta. Le peinaron el cabello en un moño elegante y pulido, la maquillaron con un estilo que resaltaba sus ojos y la vistieron con un vestido de cóctel de color azul profundo que caía sobre su figura con una gracia sencilla pero impactante. Era la imagen de la elegancia sin esfuerzo, el tipo de mujer que se ve en las revistas. Pero al mirarse en el espejo, no se reconoció. Era una versión pulida, vacía y perfecta de sí misma.

Cuando Alexander entró a la sala de estar a las seis y media, su mirada se detuvo en Ava por un instante más largo de lo habitual. No hubo una palabra de aprobación, ni un cumplido. Solo un asentimiento.

—La limusina nos espera —fue todo lo que dijo, su voz de nuevo en su tono frío y profesional.

El trayecto fue en silencio. Ava observaba el amanecer teñir de rosa y naranja el horizonte de la ciudad, una belleza que contrastaba con la tensión en el interior del vehículo. Al llegar al edificio de la Corporación Volkov, un enjambre de periodistas y fotógrafos los esperaba. Las cámaras destellaron y las voces se alzaron en un coro de preguntas.

—¡Señor Volkov!.¿Es verdad que se va a casar?

—¡Señorita Miller!.¿Cómo conoció al magnate?

—¿Es un matrimonio por amor o por negocios?

Alexander, con la mano en la espalda de Ava —un gesto que se sintió tan impersonal como un empujón—, la guió a través de la multitud con una eficiencia despiadada. Ava se sentía pequeña, vulnerable. Era como caminar por un campo minado, cada pregunta una explosión potencial. Se aferró a la farsa, a la máscara que se había puesto.

En la sala de conferencias, un estrado esperaba. Alexander subió primero, con una presencia que eclipsaba a todos los demás. Ava lo siguió, sintiendo que el peso de todas las miradas la oprimía. Se sentaron, con las cámaras destellando sin cesar. Alexander tomó el micrófono, su voz profunda y resonante llenando el espacio.

—Buenos días a todos. He convocado esta conferencia de prensa para hacer dos anuncios importantes. El primero es la fusión de la Corporación Volkov con la firma tecnológica Atlas. Esta unión, de la que estoy muy orgulloso, nos permitirá expandir nuestros horizontes y convertirnos en un líder global en innovación.

Los murmullos de los periodistas se alzaron. Alexander los ignoró con la misma frialdad con la que ignoraba a Ava.

—El segundo anuncio —continuó, su mirada clavada en la multitud— es de naturaleza más personal. Me complace anunciar mi compromiso con la señorita Ava Miller.

Se giró hacia Ava y, para su sorpresa, su mano se posó sobre la de ella, un contacto que se sintió como una descarga eléctrica.

—Ella y yo hemos decidido unir nuestros caminos. Espero que respeten nuestra privacidad en estos momentos.

La mano de Alexander era cálida y firme, un contraste con el hielo que parecía rodearlo. Pero era un gesto de pura actuación. Ava sintió cómo su corazón se encogía. Miró a los periodistas y forzó una sonrisa, una que se sintió tan falsa como la joya que Alexander había deslizado en su dedo un minuto antes, un diamante deslumbrante que gritaba riqueza y compromiso.

Las preguntas se desataron, más intensas que antes. Alexander respondió con una parquedad que cortaba cualquier intento de profundizar.

—Nos conocimos en un evento de caridad. Fue algo que sucedió de forma natural. Eso es todo lo que tengo que decir al respecto. Ahora, si me disculpan, tenemos asuntos de negocios que atender.

Se levantó, guiando a Ava fuera de la sala tan rápido como habían entrado. La multitud de periodistas los siguió, pero los guardaespaldas de Alexander crearon una barrera impenetrable. De vuelta en la limusina, Alexander soltó la mano de Ava, el contacto terminó tan abruptamente como había comenzado.

Ava miró el anillo en su dedo. Era un faro de luz en su mano, un símbolo de su esclavitud dorada. Alexander lo notó.

—Es una réplica. No es prudente usar una joya de ese valor en público por el momento. El verdadero lo tendrá cuando nos casemos de forma legal —explicó, su tono completamente desprovisto de emoción—. La estilista le entregará toda su nueva ropa y joyas. No puede ir vestida como, bueno, como lo hace ahora.

La crítica fue un golpe bajo. Ava sintió una punzada de dolor.

—Mi ropa es modesta, pero está limpia y cuidada.

—No es una cuestión de limpieza, señorita Miller —respondió Alexander, su voz adquiriendo un tono de impaciencia—. Es una cuestión de imagen. Su imagen ahora es mi imagen. Y mi imagen es de poder, éxito y, sobre todo, perfección.

Ava se sintió humillada. La "pobre señorita Miller" ahora era la "esposa perfecta", pero el precio era su identidad.

El resto del día fue una vorágine de reuniones con planificadores de bodas, estilistas y organizadores de eventos. Ava se sintió arrastrada por la corriente, sin poder opinar, sin poder decidir nada. Cada detalle de su vida, su ropa, su dieta, su agenda, ahora pertenecía a Alexander.Esa noche, en la soledad de su habitación, Ava se quitó el vestido y se puso una bata. La imagen de ella misma en el espejo, con el anillo falso brillando en su dedo, le pareció el reflejo de una extraña. La Ava de antes, la que soñaba con una vida sencilla y feliz, había desaparecido. En su lugar, había una mujer que actuaba en una obra de teatro, con Alexander como director.Se sentó en el borde de la cama, el contrato en su mesilla de noche, un recordatorio constante de su situación. Tenía el dinero, tenía la seguridad de su hogar. Había salvado la casa de sus abuelos. Pero se sentía más sola que nunca. El silencio de la mansión ya no era opresivo, sino abrumador.Un golpe suave en la puerta. Era Agatha. Llevaba una bandeja con una taza de té y algunas galletas.

—Pensé que podría necesitar esto, querida —dijo con una sonrisa genuina.

Ava sintió que las lágrimas se le acumulaban en los ojos. Era el primer acto de amabilidad que recibía desde que había llegado.

—Gracias, Agatha.

La armadura de un Volkov

—No hay de qué. Sé que es difícil. Pero debe ser fuerte. Alexander, a su manera, la está protegiendo. Cree que el dinero y el poder son las únicas formas de seguridad. Su vida le enseñó a ser así.

—¿Qué le pasó a su familia? —preguntó Ava, la curiosidad de la noche anterior aún fresca en su mente.

Agatha suspiró, su rostro adquiriendo una expresión de tristeza. —Sus padres, los señores Volkov, murieron en un accidente de coche cuando él era muy joven. La prensa lo llamó un trágico accidente, pero la verdad es que su padre tenía muchos enemigos. Alexander se encontró solo, con una empresa que sus rivales querían desmembrar. No solo eran rivales de negocios, Ava. Había amenazas de muerte, intentos de sabotaje , su padre era un hombre despiadado, pero el mundo que lo rodeaba era aún peor. Alexander aprendió por las malas que no se puede confiar en nadie. Que la debilidad es una condena. Que el amor es un lujo que no se puede permitir.

Ava escuchó, sintiendo que las piezas del rompecabezas de Alexander se unían. Su frialdad no era una naturaleza, sino una defensa. Su soledad, una elección forzada por el dolor. La información de Agatha le dio una nueva perspectiva: la frialdad de Alexander era una armadura, forjada no solo por el dolor, sino también por el miedo. Un miedo constante a perder lo que le quedaba.

—¿Por qué yo, Agatha? —la pregunta salió de sus labios antes de que pudiera detenerse.

Agatha sonrió con tristeza. —Porque el señor Alexander necesitaba a alguien que no fuera de su mundo. Alguien a quien la gente creyera, que no fuera un riesgo para su fortuna o su poder, que no tuviera nada que perder, excepto su dignidad. Y él, en el fondo, tiene la esperanza de que seas lo suficientemente fuerte como para no dejarte romper por él.

La última frase la golpeó con la fuerza de un puñetazo. No dejarte romper por él. No dejar que su frialdad, su exigencia, su soledad la consumieran. Miró el anillo falso en su dedo, el símbolo de su farsa. Tenía que ser fuerte. Por ella, por la casa, por su propia alma. Porque, aunque el contrato era sin emociones, el corazón de Ava Miller, herido y roto, aún latía. Y ella no iba a permitir que nadie, ni siquiera el CEO de hielo, lo silenciara.El verdadero peligro, sin embargo, no venía de la frialdad de Alexander, sino de la verdad que Ava había descubierto en la fotografía de su padre. La máscara de la "esposa perfecta" le daba acceso a un mundo de secretos. Un mundo donde el hombre que la protegía con un contrato de matrimonio podría ser el mismo que conocía la verdad sobre la desaparición de su padre. Alexander pensaba que la tenía controlada, pero Ava, escondida detrás de su fachada de mujer ingenua, estaba decidida a descubrir la verdad detrás de la desaparición de su padre.....aunque eso significara desatar una tormenta que podría destruirlos a ambos.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App