Capítulo 5: El Primer Conflicto y el Fuego Oculto
El torbellino de apariencias marcó la primera semana de su matrimonio por contrato. Ava y Alexander se deslizaban por la alta sociedad como figuras de cera, la sonrisa congelada en galas benéficas, la pose estudiada en cenas de negocios, las respuestas a la prensa calibradas al milímetro. Él, el glacial y poderoso CEO; ella, la elegante y enigmática prometida. La máscara se había adherido a su piel como una segunda naturaleza.Pero tras los muros de la mansión, el hielo era aún más denso. Ava y Alexander habitaban existencias paralelas, sus rutinas orquestadas por Agatha. Sus encuentros eran fugaces: un desayuno en un silencio sepulcral, la tensa compañía en los eventos sociales. Ava encontraba refugio en la soledad de su suite, en la vasta biblioteca o en los jardines laberínticos, buscando un respiro en ese opulento laberinto. Una tarde, absorta en un libro de arte, el timbre del teléfono la sobresaltó. Era Lena. Una oleada de alivio y afecto inundó a Ava. —¡Ava! ¡Por Dios, llevo días sin llamarte! ¿Cómo te va? ¡Te vi en las noticias!.¡Parecías una reina! Ava dejó escapar una risa que se sentía extraña, casi olvidada. —Todo es un teatro, Lena. No hay nada de cuento de hadas. Más bien es agotador. —Lo sé, cariño. Debe ser horrible tener que sonreír por decreto. ¡Pero mira el lado bueno! ¡Estás casada con el soltero más codiciado del país! ¿Ya ha habido algún avance? ¡Cuéntamelo todo! La pregunta tensó a Ava. —Lena, ya sabes cómo es esto. Un contrato, sin más. No hay besos, no hay nada de eso. —¿Ni siquiera un roce? ¡Pero la química en las fotos era palpable! Creí que ya habías empezado a derretir ese iceberg. —No, Lena. Él sigue siendo Alexander Volkov. Frío como el acero. Y yo soy solo una pieza en su estrategia empresarial. La voz de Lena fue un bálsamo en su aislamiento, pero también un recordatorio punzante de la falsedad de su vida. El mundo admiraba un romance de ensueño; ella vivía la gélida realidad de un matrimonio sin amor.Esa noche, la cena era en un restaurante exclusivo. Alexander tenía una reunión crucial con el CEO de Atlas y su esposa. Ava se vistió con un elegante traje de seda negra, previamente aprobado por su "marido". Al bajar, lo encontró en el salón, su estilista ajustando su corbata. Su presencia era tan imponente, tan cargada de una masculinidad fría, que Ava sintió un escalofrío recorrerla. Él la examinó de arriba abajo, sus ojos de acero deteniéndose en cada detalle. —Perfecta —fue su única valoración. La cena fue un ejercicio de simulación. El señor Harrison era jovial, su esposa, Eleanor, una mujer de gracia amable. Eleanor se esforzó por conversar con Ava, indagando sobre sus intereses y su vida. Ava, tras la máscara, respondió con evasivas y sonrisas forzadas. —Qué pareja tan encantadora —dijo Eleanor con una sonrisa cálida—. Se respira el amor entre ustedes.Ava sintió su rostro tensarse. Era la primera vez que alguien proyectaba tal ilusión sobre su farsa. Miró a Alexander, absorto en una conversación de negocios con el señor Harrison. Su rostro era inexpresivo, pero Ava creyó percibir un fugaz destello de incomodidad en sus ojos. Él era un maestro del engaño, y ella se había convertido en su involuntaria cómplice. La velada transcurrió con una creciente sensación de irrealidad para Ava. Se sentía una impostora, atrapada en una pantomima. Al despedirse de los Harrison con un apretón de manos y un frío beso en la mejilla, el acto se sintió aún más vacío. En la limusina, el silencio era denso. Las palabras de Eleanor resonaban en la mente de Ava. El amor en sus ojos. Qué cruel ironía. —Hizo un buen trabajo esta noche, señorita Miller —dijo Alexander, su voz tajante rompiendo el silencio. —Gracias —respondió Ava, la garganta seca—. El señor Harrison y su esposa son personas muy amables. —Los negocios son negocios, Ava. No son amistades. No lo olvide. —¿Siempre se trata de negocios para ti, Alexander?.¿No hay nada más? Alexander giró la cabeza, sus ojos de acero clavados en los de ella. —La vida me ha enseñado que los negocios son la única constante. Las personas, las emociones, son variables que pueden destruirte. La gélida certeza de su respuesta hirió a Ava más de lo que esperaba. Era una advertencia tácita, un muro infranqueable levantado entre ellos. No te involucres. No sientas.Al llegar a la mansión, Ava se retiró a su suite sin mediar palabra. Estaba exhausta de la simulación, de la frialdad, de la profunda soledad que la envolvía. Se despojó del vestido, sintiendo la tela como una prisión, y se puso una bata de seda. Se sentó junto a la ventana, contemplando el manto de luces de la ciudad.Un golpe suave en la puerta la sobresaltó. Era Alexander. Ava se quedó paralizada. Era la primera vez que él llamaba a su puerta. Lo miró, el corazón latiendo con fuerza contra sus costillas. Él permanecía en el umbral, su rostro una máscara de seriedad imperturbable. —Tenemos un problema —dijo, su voz grave y tensa—. Ha aparecido un artículo en internet. Nos acusan directamente de fraude, de que nuestro matrimonio es una farsa por conveniencia. Es un blog de chismes, pero se está volviendo viral. Ava sintió un escalofrío helado recorrer su espalda. ¿Una farsa? Era la verdad, cruda y desnuda, pero la verdad que no podían permitir que saliera a la luz. —¿Qué vamos a hacer? —Tenemos que desmentirlo —respondió Alexander, su tono cargado de una urgencia palpable—. Tenemos que demostrar que nuestro matrimonio es real. Que hay amor. Una oleada de indignación recorrió a Ava. —¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Con un posado forzado? ¿Una declaración prefabricada? —Si es necesario —replicó Alexander, su voz glacial—. Pero hay una manera más convincente. Mañana por la mañana, le daremos a la prensa un vistazo a nuestra vida privada. Una sesión de fotos en la mansión. Desayunando juntos. Paseando por el jardín. Mostrando una intimidad creíble.Ava sintió que le faltaba el aire. Exponer aún más su mentira, escenificar una cercanía que no existía. —No me gusta la idea, Alexander. —No es una cuestión de preferencias, Ava. Es una cuestión de negocios. La fusión depende de que nuestra imagen sea intachable. Y la imagen de una pareja enamorada es el único escudo efectivo contra este ataque.Sus ojos de acero se encontraron con los de ella, y Ava vislumbró una determinación implacable. No había espacio para la negociación. No había espacio para sus sentimientos. —Entendido —susurró Ava, sintiendo una amarga resignación—. Haremos lo que tengas que hacer. Alexander asintió, su rostro inexpresivo. —Bien. Mañana a las siete en punto. Vístase de forma casual. Que parezca espontáneo. Se giró sobre sus talones y se marchó, dejando a Ava sola en su habitación, el corazón latiendo con una mezcla de temor y una creciente sensación de incertidumbre. La farsa se intensificaba, la actuación se volvía más demandante. Tendría que personificar una intimidad inexistente con un hombre que seguía siendo un enigma helado. Esa noche, en la soledad de su cama, una inquietante realización se apoderó de Ava. Alexander Volkov no era solo un hombre frío y distante. Detrás de su máscara impenetrable, ardía una necesidad feroz de control, una intensidad contenida que lo convertía en alguien inherentemente peligroso. Y ella, con su corazón aún vulnerable y la verdad sobre su padre como una carga secreta, se había adentrado aún más en su jaula dorada. Lo que Ava no podía prever era que el intento desesperado de Alexander por sofocar las habladurías de la prensa desataría una tormenta mucho más peligrosa: al día siguiente, entre los preparativos para la sesión de fotos, Agatha se acercaría a Ava con el rostro pálido y una noticia escalofriante: el blog que había iniciado los rumores no solo cuestionaba su matrimonio, sino que publicaba una antigua fotografía... una fotografía de Ava de niña, tomada en el jardín de la propiedad de su padre, junto a un hombre al que identificaban, con nombre y apellido, como un antiguo socio de Alexander Volkov, desaparecido hace años bajo circunstancias misteriosas.