El amanecer llegó sin pedir permiso.
La luz entró por los ventanales de la suite como una intrusión lenta, pintando las paredes en tonos pálidos, casi desvaídos. El cielo, aún cargado de nubes bajas, se teñía de un gris azulado que parecía reflejar el clima interno que reinaba en la habitación.
Greeicy despertó antes de que el sol terminara de alzarse. O mejor dicho, abrió los ojos, porque dormir no había dormido realmente. Había pasado la noche entera en un duermevela inquieto, girando de un lado a otro, escuchando el ritmo irregular de la respiración de Dylan, intentando no recordar el momento exacto en que sus palabras la habían herido más que cualquier bofetada.
No giró a verlo. No quería.
Su cuerpo estaba tenso, pero su rostro permanecía sereno, controlado. Había aprendido a guardar las emociones bajo una máscara impecable… y esa mañana, más que nunca, necesitaba esa máscara.
Se levantó despacio, cuidando que el colchón no se hundiera demasiado y no provocara movimiento alguno en