74. Viento que no pregunta
El día despertó con la neblina arrastrándose entre las casas de madera, como un animal dormido que aún no decide si abrir los ojos. El frío era fino, punzante, pero no agresivo. Un recordatorio de que la vida allí no se detenía con el clima. Solo se adaptaba.
Raven abrió la puerta de su cabaña y se encontró con un valle que ya no le parecía ajeno. Los sonidos eran los mismos de cada mañana: martillos en el taller de Toran, el balde de agua que alguien volcaba en el huerto, las risas contenidas de los niños que cruzaban de una casa a otra corriendo entre charcos.
Era parte de ese paisaje. No el centro. No el extraño. Solo uno más.
Cuando bajó al camino principal, se encontró con Yalen, el joven de cabello corto que trabajaba con los frutales. Le tendió una cesta con manzanas sin dejar de caminar.
-- Buenos días, lobo roto --dijo, como quien saluda con naturalidad--. Cayeron esta madrugada. Las maduras. Las dulces. ¿Te toca llevarlas hoy al granero? --.
Raven arqueó una ceja, mirando la