58. Ojos que Observan

El aire estaba cargado de humedad y polvo, como si la habitación llevara siglos sin ser abierta, aunque cada objeto allí dentro pareciera dispuesto con una precisión milimétrica. Las paredes estaban cubiertas por estantes de piedra que sostenían frascos con sustancias opacas, cuerdas trenzadas con dientes humanos, fragmentos de espejos rotos y restos de plumas ennegrecidas.

En el centro, una mesa de mármol negro sostenía cuatro fotografías clavadas con agujas plateadas. Las imágenes parecían actuales, aunque el papel ya mostraba quemaduras suaves en los bordes, como si el tiempo se doblara en ese sitio. Una imagen mostraba a Raven, de espaldas, con el torso desnudo y los músculos tensos en medio de la niebla. Otra era de Ailén, en un instante robado, con su cabello cubriéndole parcialmente el rostro mientras miraba por una ventana. La tercera mostraba a Lía, sentada en la cima de una colina, de espaldas al observador. Y la última, la más reciente, era de Liora, con los ojos cerrados,
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