56. El latido que renace
El Umbral de Nyx no era un lugar. Era un vacío, una idea, una herida abierta en la frontera entre la vida y la muerte. El mundo a su alrededor no tenía forma ni color. Era oscuridad absoluta, pero no como la noche: era la oscuridad del olvido, de lo que nunca fue, de lo que nunca volverá a ser.
Raven flotaba suspendido en esa nada. Su cuerpo no pesaba. No había frío, pero sentía un escalofrío constante que no venía de fuera, sino de dentro. Había silencio. Un silencio tan denso que parecía tener vida propia.
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí. ¿Minutos? ¿Días? ¿Años? En el Umbral, el tiempo no tenía sentido. Solo el miedo persistía. Un miedo profundo, enraizado, que se filtraba por cada rincón de su alma.
De pronto, una figura se materializó frente a él. Era él mismo. O, al menos, una versión oscura, endurecida, con los ojos cargados de reproche.
-- ¿Sigues huyendo? -- dijo su reflejo, con una voz idéntica a la suya, pero más grave, más rota --. Te enfrentaste a enemigos, a pérdidas,