102. Lo que se queda
El cielo estaba cubierto por una cúpula grisácea que parecía respirar junto al bosque. Las ramas se mecían con una lentitud ancestral, y la brisa tibia de la mañana cargaba consigo el aroma de la madera mojada y las flores silvestres que habían nacido entre las piedras del sendero. Era un día más en la aldea… pero no para Raven.
Había despertado con el corazón sereno, distinto. Por primera vez en años, no había una sombra empujándolo hacia la guerra, la culpa o el exilio. Solo estaba él, en una pequeña casa de madera, escuchando el sonido del agua hirviendo en la cocina y el suave tarareo de Kiara mientras preparaba el desayuno.
Entró a la sala, descalzo, con la camisa abierta y el cabello aún húmedo por la ducha. La encontró con el cabello recogido en una trenza floja, envuelta en una blusa de lino y una falda que se movía con ella mientras giraba distraída entre tazones y hierbas.
–Buenos días –dijo Raven, con una voz suave.
Kiara se giró, sonriendo con esa calidez que parecía tener