Lyam
El silencio del gran salón después de la batalla se sentía extraño… demasiado extraño. Afuera, aún podían escucharse los ecos lejanos de los últimos rugidos y el crujir de cuerpos desplomándose en la tierra. Pero aquí, entre las paredes del palacio, solo quedaba el retumbar de mi propio corazón. Observaba a mi hermana… a Azura… la niña que una vez sostuve entre mis brazos mientras corríamos por pasillos cubiertos de humo y sangre, ahora vestida como reina, con la corona reposando sobre su frente y esa fuerza en los ojos que siempre supe que tenía.
Yo, en cambio, no podía evitar volver atrás.
Recuerdo que cuando era niño, el palacio era mi mundo entero. Cada mañana me despertaba con el aroma a pan recién hecho que venía de las cocinas, el tintinear de las espadas en el patio de entrenamiento y la voz suave de mi madre llamándome para el desayuno. Éramos felices… hasta que todo comenzó a cambiar. Mis padres, los reyes, comenzaron a enfermar lentamente. Pequeños síntomas, nada alarm