Saúl
Aún podía escuchar los vítores apagados de la celebración afuera, pero aquí abajo, en las entrañas del castillo, lo único que reinaba era el eco húmedo de las mazmorras y el olor metálico de la sangre. Caminaba detrás de Lyam, siguiendo el paso firme y decidido de mi príncipe alfa. El pasillo era largo, las antorchas chisporroteaban, proyectando sombras que se movían como si quisieran huir del lugar. El líder enemigo colgaba de mis garras, inerte pero consciente, su cuerpo arrastrándose como un saco de carne. Su respiración era irregular, y cada vez que se movía, soltaba un gruñido ahogado.
Lyam abrió la puerta de la celda más oscura, esa que estaba reforzada con plata en cada barra, pensada para contener a cualquier lican por más fuerte que fuera. Yo lo lancé adentro sin cuidado, escuchando el golpe seco de su cuerpo contra el suelo de piedra. Él intentó incorporarse, pero de un pisotón lo mantuve abajo.
—Ni se te ocurra— gruñí, clavándole la mirada. Mari aún no había llegado;